viernes, 18 de agosto de 2017

172. La humildad en la oración: simplemente pedir

Mateo 7:7-11 RVC
7 »Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá.
8 Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre.
9 ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra?
10 ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente?
11 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan!

Este mensaje tenía algo de revolucionario para los primeros oyentes; ellos estaban tan acostumbrados al énfasis en las obras y en la ley, es decir, a conseguir “favores divinos” a través de su sacrificio, que la simple gracia resultaba inquietante. ¡No podía ser “tan simple” de hecho!

Y bueno, en realidad, este pasaje esconde una “pequeña trampa”, es verdad, ¡hace falta humildad para pedir! Deliberadamente Jesús muestra el ejemplo de un niño con su padre, un ejemplo de humildad y dependencia total. Claro, esto está bien cuando somos niños, pero cuando ya crecemos… ¿debemos acaso seguir teniendo esta actitud de niños?

Mateo 18:3-5 RVC
3 y dijo: «De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos.
4 Así que, cualquiera que se humilla como este niño es el mayor en el reino de los cielos;
5 y cualquiera que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí.

Pues sí, debemos seguir siendo humildes y abiertos como niños.

El orgullo espiritual se esconde muy sutilmente detrás del conocimiento: cuando aprendemos cómo debemos actuar en la vida, cuando el Señor nos instruye en la ley de la siembra y la cosecha (y no lo digo en el sentido económico únicamente, sino en todo), cuando nos enseñan cómo relacionarnos con los demás, como ser responsables en el trabajo, cómo administrar, como ahorrar e invertir sabiamente (conforme a los propósitos de Dios) y muchas otras cosas por el estilo, todas buenas y necesarias en sí mismas, todas ellas parte de nuestra madurez en Cristo, estamos cerca del sutil “orgullo espiritual”.

Este orgullo es simplemente que ya creemos que “sabemos cómo se hacen las cosas” y creemos que tenemos el control suficiente sobre ellas (sea por nuestra propia capacidad o sea porque el Señor mismo nos haya dado las herramientas) entonces nos “independizamos” de la oración, es decir, no nos preocupamos tanto por pedir lo “obvio”, aquello que “ya sabemos cómo se consigue”. Y generamos una fortaleza de: “esto tengo que conseguirlo yo”, y si no lo estoy obteniendo, nos cargamos de culpa: “esto no se resuelve con oración, porque el Señor ya me dijo lo que tengo que hacer y como no lo hago, no lo obtengo, por lo que la culpa es mía”, y así podemos seguir durante años.

Ahora bien, no es que la frase anterior sea absolutamente falsa porque también tiene mucho de verdad, lo que le falta, y que hace una diferencia importante, es recordar que finalmente todo será por gracia y todo dependerá del Señor, que no hay un momento en que “yo hago las cosas y yo las obtengo”, porque vivimos continuamente bajo la gracia, la única que nos provee todo lo que supuestamente “merecemos”.

Esta diferencia es la que indica el orgullo profundo, encubierto, como una raíz insidiosa, escurridiza, una especie de camaleón que cambia de colores y forma para no ser descubierta, esa pérfida raíz del orgullo que anida en nuestros corazones, el veneno inyectado de la víbora en el huerto; y que puede disfrazarse de gran espiritualidad.

Hermanos, no importa cuánto hayamos crecido en el conocimiento de Dios y en el caminar en justicia y santidad, ¡seguimos necesitando la gracia como en el primer día! ¡Seguimos necesitando pedir para recibir! ¡Seguimos necesitando volvernos, y mantenernos, como niños!

¡Señor, danos la gracia para descubrir esta sutil forma de orgullo! ¡Libranos de ella por tu poder!


Danilo Sorti




Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprima aquí para enviarnos tu ofrenda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario