domingo, 13 de agosto de 2017

120. De ellos es el Reino

Mateo 18:1-6, 10 RVC
1 En ese momento los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?»
2 Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos,
3 y dijo: «De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos.
4 Así que, cualquiera que se humilla como este niño es el mayor en el reino de los cielos;
5 y cualquiera que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí.
6 »A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino, y que lo hundieran en el fondo del mar.

10 »Tengan cuidado de no menospreciar a uno de estos pequeños, porque yo les digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.


Siempre queda bien desde los púlpitos hablar bien de los niños y mostrar que se hacen cosas por ellos, pero a la hora de “sacar cuentas” los niños son un problema para nuestra dinámica de iglesia: exigen atención y recursos, no ponen ofrendas significativas, y hasta que sean jóvenes capaces de participar en las dinámicas de iglesia (de adultos) hay que esperar mucho tiempo. Además, los líderes de las iglesias, enfocados en adultos, normalmente no saben qué hacer con ellos y cómo.

En el mejor de los casos, terminamos con escuelitas para niños y, a veces, con algún ministerio más significativo. A veces se los pretende meter en el “santo molde” de la iglesia de adultos, a veces simplemente se los dejamos a los padres, suponiendo que ellos sabrán cómo educarlos (cosa que hoy es muy dudosa). Hay ministerios locales y misioneros maravillosos enfocados hacia los niños, y hay otros tantos que no.

Pero los niños es el grupo que más responde al Evangelio, ellos son los primeros en creer, y por consiguiente entrar al cielo, ellos son el ejemplo vivo que puso el Señor para que aprendamos. Pero si los mantenemos siempre en un “manto de olvido”, si no pueden participar en nuestras reuniones como niños y no como “pequeños adultos”, con toda su inocencia y su fe, ¿cómo podremos recibir la enseñanza que el Espíritu nos quiere dar?

Se nos ha metido en la cabeza que quién nos puede enseñar es solamente el ministro experimentado, con años de servicio y, si tiene varios títulos, mejor. Y no digo que eso esté mal o sea incorrecto, pero Jesucristo usó cosas tan simples como plantas, nubes, pájaros y, más cercano a nosotros, niños, para darnos sus mensajes más profundos. Y precisamente las enseñanzas que vienen a través de los niños son tremendas, tienen que ver nada menos que con entrar o no entrar en el Reino de los Cielos. Pero si no estamos expuestos a la fe sencilla de ellos, si no podemos escuchar sus testimonios los domingos en las reuniones, es difícil que seamos ministrados.

Jesús nos dejó una advertencia: tengan cuidado de no menospreciar a uno de estos pequeños, porque ellos tienen acceso directo al trono del Padre. Quizás debiéramos reconsiderar a quién le pedimos que ore por nuestras necesidades…

Ellos constituyen un segmento muy importante de la población mundial al día de hoy, en la mayoría de los países, y son el principal blanco de Satanás, lo que es por demás de obvio. ¿Cómo llegamos a ellos? ¿Qué importancia le damos a los ministerios de niños en las iglesias? ¿Cuántos recursos destinamos para ellos?

No todos pueden trabajar efectivamente con los niños, por lo que no todos son llamados a tener ministerios entre ellos, pero las congregaciones no deben desentenderse de ellos. Dado el poco tiempo que falta, es urgente rescatar a la mayor cantidad de niños posibles, y de ellos mismos saldrán también muchos de los guerreros de la última hora, si los adultos podemos protegerlos e instruirlos adecuadamente, y brindarles la sabiduría que les falta, su fe y su valor harán proezas. Porque la unidad del cuerpo de Cristo, algo de lo que tanto hablamos (y tan poco vivimos) no se refiere exclusivamente a la unidad de los cristianos adultos, sino también a la unidad a través de las generaciones.

Algo más: yo sé perfectamente que relacionarse con niños y, especialmente, adolescentes, es difícil y requiere mucho amor y paciencia (supongo que ellos dirán lo mismo de nosotros…), pero, mis amados hermanos adultos, ¡nosotros somos los adultos! Así que se supone que somos nosotros los que tenemos que adecuarnos a ellos, no ellos a nosotros. Al fin y al cabo, Dios hizo y hace y seguirá haciendo exactamente lo mismo con nosotros los adultos (y con más dificultad que con los niños).


Danilo Sorti




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