lunes, 14 de agosto de 2017

152. Dios crea, Dios también destruye

Jeremías 45:4 RVC
4 Pero yo, el Señor, te digo que puedo destruir lo que antes construí, y también arrancar lo que antes planté, es decir, toda esta tierra.


A muchos que se llaman cristianos hoy les cuesta enormemente aceptar la realidad de que Dios juzga; en el fondo es perfectamente comprensible: como sus vidas son tan pecaminosas, no pueden confesar que Dios es Juez porque se estarían juzgando a ellos mismos.

Vamos a aclarar: aquellos que creemos firmemente en la justicia divina NO SOMOS “casi ángeles”, simplemente hemos encontrado la misericordia divina que nos lleva a la santificación progresiva.

Pues bien, relacionado con el tema de los juicios de Dios está la soberanía que tiene sobre Su creación: Él, el Creador, el Hacedor de todo, es también Quien tiene el derecho de deshacer y destruir aquello que se corrompió o que ya cumplió su función.

En el ámbito moral, Dios es Quien juzga, en el ámbito de la Creación, es quién también destruye.

Jeremías 18:2-6 RVC
2 «Levántate y ve a la casa del alfarero. Allí te daré un mensaje.»
3 Yo me dirigí a la casa del alfarero, y lo encontré trabajando sobre el torno.
4 La vasija de barro que él hacía se deshizo en su mano, así que él volvió a hacer otra vasija, tal y como él quería hacerla.
5 Entonces la palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
6 «Casa de Israel, ¿acaso no puedo yo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero? Ustedes, casa de Israel, son en mi mano como el barro en la mano del alfarero. —Palabra del Señor.

Juicio y destrucción son dos conceptos asociados, pero “destrucción” puede significar muchas cosas. En lo más pequeño y cotidiano, “destrucción” es cuando el Señor decide que un ministerio, servicio, empresa, relación o actividad debe terminar; y cuando eso no ocurre porque los interesados no están obedeciendo el propósito divino, el Señor envía “destrucción”; es decir, ocurren una serie de eventos que precipitan el fin de eso.

Normalmente cuando se termina una relación, una amistad, una actividad, un ministerio, una empresa, un trabajo o algo por el estilo, sufrimos mucho porque nos hemos quedad apegados a ello, tanto es así que las filosofías orientales ponen su foco en eliminar todo “apego”. Bueno, Dios no se alegra con la destrucción ni con el sufrimiento, pero en Sus planes muchas veces es necesario para lago mayor, y otras tantas es inevitable como parte de Su juicio.

En el “buen” sentido, podemos pensar una analogía: en muchas de nuestras grandes ciudades latinoamericanas (y de buena parte del mundo) vemos derribarse casa tras casa para dar lugar a modernos edificios. Más allá de cuánto nos gusten o no los edificios, lo cierto es que en uno de ellos puede vivir mucha más gente que en una casa: si no se derriba esa casa, dejando atrás sus historias, sus alegrías y tristezas, no puede haber lugar para muchas más historias en ese terreno. Sin duda esa casa cumplió una función importante, pero ahora hay otro proyecto mayor, con una función más importante aún.

Esta es una comparación, aclaro que, según entiendo en la Biblia los propósitos del Señor para el Reino Milenial, no creo que los grandes edificios y conglomerados estén dentro de Sus planes, pero sólo es mi opinión.

La destrucción es necesaria cuando algo ya cumplió su función. En las células de todo ser vivo continuamente se están construyendo y destruyendo moléculas que son necesarias para funciones muy específicas durante un tiempo a veces muy breve. Es más, no existe tal cosa como la “materia viva” (las células, que componen a todos los organismos) si no se da este proceso continuo, y cuando cesa, ocurre la muerte.

En la vida espiritual pasa algo parecido, pero, como dijimos, no nos gusta el momento de la “destrucción”, no nos gusta cuando algo se termina, especialmente si estábamos muy entusiasmados con ello y pensábamos que iba a durar mucho tiempo. Pero Dios está por encima de todo y Sus planes son muy superiores. La destrucción implica dolor y muchas veces sacrificio, pero en la economía divina, ese dolor queda con creces superado por el fruto eterno que se logra. Si aceptáramos esta faceta de la naturaleza de Dios podríamos transitar mejor esos momentos.

Lo que queda después de una destrucción, tanto en sentido literal como simbólico, es algo “arrasado”, donde antes había muchas cosas lindas, actividad, vida, construcciones, ahora está pelado y en silencio. Antes había muchas cosas interesantes para hacer, ahora no. Antes había muchos lugares donde ir, ahora no. Antes había amigos y gente querida, ahora no. Antes uno tenía un “lugar” en ese mundo, ahora es un extraño en un mundo extraño. Eso es lo que queda luego de la destrucción. ¿Puede haber algo bueno allí?

Pues sí. Como dijimos más arriba, a veces la destrucción es necesaria como parte de un juicio de Dios por el pecado, y lo que queda después son corazones arrepentidos, que reconocen la extrema dureza que tenían. A veces la “destrucción” (de relaciones, ministerios, trabajos, iglesias) es necesaria para un propósito mayor: nuevas y mejores relaciones, trabajos, ministerios, iglesias.

En el momento de la destrucción, cuando estamos en medio de ella, difícilmente podamos ver la justicia o los propósitos de Dios, sólo nos queda la fe, nada más; y no es el momento de bonitos discursos o tratados teológicos. Por eso debemos tener esto en cuenta antes de que ocurra, y recordarlo luego de que haya pasado. Dios nunca deja de ser Dios, y Él puede volver a edificar la tierra arrasada, volverla llenar de vida y de propósito.

¡Que el Señor nos ayude a tener fe!


Danilo Sorti




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