lunes, 14 de agosto de 2017

149. ¿Qué estás esperando para el futuro?

Miqueas 4:1-4 RVC
1 En los últimos días el monte de la casa del Señor será confirmado como cabeza de los montes y exaltado por encima de las colinas, y a él acudirán los pueblos.
2 Muchas naciones vendrán, y dirán: «¡Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob! Él nos guiará por sus caminos, y nosotros iremos por sus sendas.» Porque la enseñanza saldrá de Sión; de Jerusalén saldrá la palabra del Señor.
3 Y el Señor juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas y lejanas; y éstas convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces. Ninguna nación volverá a levantar la espada contra otra nación, ni se entrenarán más para hacer la guerra.
4 Cada uno se sentará bajo su vid y a la sombra de su higuera, y no habrá nadie que pueda amedrentarlos. Esto lo ha declarado la boca del Señor de los ejércitos.


El tema de las esperanzas futuras puede llegar a ser controvertido en la actualidad. Por un lado, toda la corriente del falso evangelio de la prosperidad y de la “buena vida cristiana” pretende establecer una esperanza para el hoy y ahora, aunque la realidad mundial se está encargando de desmentirla ferozmente. Por otro lado, el enfoque de “traer el reino”, si bien es mucho más loable, se choca con el hecho de que cada vez hay menos cristianos (y muchos menos cristianos fieles) en el mundo occidental o medianamente desarrollado, ¡si traer el reino dependiera de nosotros, me parece que lo estamos haciendo muy mal!

La esperanza de la vida eterna ha quedado en cierto sentido desdibujada o relegada a los grupos cristianos que viven en situaciones más difíciles: los más pobres y oprimidos en las sociedades más o menos desarrolladas, o los cristianos en contexto de severa persecución o guerra. Sin embargo, esa es nuestra principal esperanza.

Por otro lado, también es cierto y perfectamente válido que tenemos otra esperanza más terrenal, aunque creemos y esperamos la vida eterna y nuestra recompensa en los cielos (que no son exactamente lo mismo) todo cristiano sincero tiene un anhelo de justicia y bendición en esta tierra. Aún “inconscientemente” (en realidad, es la voz del Espíritu en nuestro interior) la esperanza de la vida eterna nos deja con el sentimiento de que “falta algo”.

Ese sentimiento de que “sólo con la vida eterna no está todo resuelto” es genuino; Dios no creó el mundo para destruirlo (como también es una interpretación muy tradicional en los ámbitos evangélicos) pero tampoco somos nosotros los que traeremos “tranquilamente” el reino, y la realidad basta para confirmarlo. Sólo al leer correctamente el Antiguo Testamento y las profecías del Nuevo es que entendemos correctamente el plan de Dios, esto es, el llamado Reino Milenial o Reino Davídico Restaurado.

Hay muchas profecías que se refieren a eso, y, o bien las interpretamos simbólicamente o bien las interpretamos literalmente y reconocemos que todavía no llegó pero tiene que llegar.

Muchos cristianos interpretan simbólicamente pasajes como el de Miqueas que leímos más arriba; el problema con eso es: ¿qué base tenemos para interpretarlo así? Es claro que en la Biblia hay simbolismos, y es claro cuando aparecen. Uno puede buscar la palabra “señal” y allí aparecen unos cuantos de estos pasajes: Dios mismo da señales o bien manda a sus profetas que realicen acciones de tal tipo. Eso es simbólico. Por ejemplo:

Apocalipsis 12:1 RVC
1 Pudo entonces verse una gran señal en el cielo: Apareció una mujer cuyo vestido era el sol. La luna estaba debajo de sus pies, y en su cabeza llevaba una corona con doce estrellas.

Aquí nadie esperaría ver en algún momento tal escena en los cielos.

Pero los pasajes que hablan del reino venidero, como el de Miqueas, no tienen tal introducción, ¿qué nos habilita para interpretarlos simbólicamente? Y si aceptamos interpretarlos como simbolismo, ¿con qué criterio determinamos los símbolos? ¿Y cuál es el límite de la interpretación simbólica? Si rompemos la “barrera” de una indicación clara de simbolismo, entonces podemos interpretar todo lo que se nos ocurra de manera simbólica, ¿quién es el que tiene la autoridad para decidir qué es simbólico y que no?

Como vemos, interpretar simbólicamente pasajes de este tipo es riesgoso, más allá de que efectivamente pueden tener un cumplimiento parcial simbólico, como buena parte de la profecía lo tiene, pero solo parcial.

Si lo interpretamos literalmente, la única conclusión válida es que eso no ocurrió, y que el estado actual del mundo y la proyección futura en los próximos años o décadas de ninguna manera apunta hacia eso, sino todo lo contrario. Por lo tanto, los eventos catastróficos y los juicios del Padre que están profetizados se hacen absolutamente necesarios para que haya un cambio tal en la sociedad.

Ahora bien, hasta aquí muchos podemos estar de acuerdo, el asunto es que, dado las numerosísimas llamadas de advertencia que el Espíritu viene haciendo en estos últimos años, en determinados ámbitos cristianos el enfoque está en el juicio y en poder escapar de él, lo cual es perfectamente válido, pero ¿y la esperanza de una tierra mejor, que también es perfectamente válida?

Eso es lo que viene luego del juicio y es una de las esperanzas más fuertes en toda la Biblia, aún para los cristianos. Recordemos que los pueblos de la antigüedad creían en la vida eterna y en algo así como el cielo, por lo que no era necesario que se les hablara demasiado de ello, ya casi que lo sabían. Pero ellos, al igual que nosotros, no podían ver razonablemente que este mundo cambiara.

Hay una esperanza de una tierra nueva; llegará el tiempo que estaremos con el Señor en los cielos, por toda la eternidad, pero Dios no se olvidó de esta creación ni la dio por perdida, ¡Él es el Dios de la restauración, y no hay nada que Él no pueda restaurar! En realidad, esta esperanza de la tierra nueva es la misma esperanza con la que nos acercamos a Él con nuestra vida totalmente deshecha para que Él la transforme, es el mismo principio, es Su naturaleza, es lo que Él es, ¡no puede ser otra cosa!

Habrá una nueva humanidad, habrá una nueva tierra (restaurada), habrá nuevos cielos en los cuales no morarán los espíritus malignos, como hasta ahora. Esta es una promesa, y aunque su cumplimiento todavía está un poco lejano, tampoco falta mucho. Que podamos hallar la gracia para permanecer en Su Reino y participar de lo que ha de venir.



Danilo Sorti




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