domingo, 13 de agosto de 2017

109. Las falsas doctrinas y las falsas motivaciones

1 Timoteo 1:3-7 RVC
3 Cuando fui a Macedonia, te rogué que te quedaras en Éfeso para que mandaras a algunos que no enseñaran una doctrina diferente,
4 ni prestaran atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más que la edificación de Dios que es por la fe. Y ahora te encargo lo mismo.
5 Pues el propósito de este mandamiento es el amor que nace de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera.
6 De estas cosas se han desviado algunos y se han apartado a palabrerías sin sentido;
7 pretenden ser doctores de la ley, aunque no entienden lo que dicen ni lo que afirman.


En esta sección Pablo empieza hablando de las falsas doctrinas y uno supondría que daría una explicación lógica y racional sobre como las dificultades para entender llevarían a gestar una doctrina errada, sin embargo no hace nada de eso y pasa inmediatamente a hablar del amor, de una buena conciencia y de una fe sincera, y luego relaciona esto con las falsas doctrinas, es decir “palabrerías sin sentido”. ¿Cuál es el verdadero origen de las falsas doctrinas?

Está claro que el tema es bastante largo y complejo, pero tiene una “raíz” muy definida. Por un lado, como seres humanos imperfectos, aún en el mejor de los casos nuestra doctrina tendrá algo de incorrecto; pero hay una diferencia muy importante entre eso y gestar una doctrina que sea totalmente perniciosa.

Sabemos que el origen de toda desviación doctrinal viene del reino de las tinieblas, pero como son los hombres quienes finalmente enseñan las doctrinas (supuestamente) bíblicas, inevitablemente los demonios deberán susurrar de manera suficientemente convincente a los oídos de pastores, maestros y, especialmente, teólogos reconocidos, sus herejías.

Pero, dado que una falsa doctrina viene “impregnada” del olor a Satanás, y que el espíritu (guiado por el Espíritu) naturalmente rechaza eso, para ser aceptada debe estar lo suficientemente cargada de motivaciones almáticas y razonamientos intelectuales, para que el alma grite más fuerte que el espíritu y así “ahogue” su voz. Y para que esto sea así es fundamental que haya suficientes heridas abiertas para que fácilmente, al “meter el dedo en la llaga”, el alma grite su dolor y acepte la falsedad. Y la acepta no tanto por razonamientos intelectuales sino porque la falsa doctrina sirve como una (falso) calmante para el dolor.

Calmante, claro, pero sin sanarlo, ¡no podría! Primero porque es falsa y no puede traer sanidad. Segundo porque si lo sanara, ¿cómo podría seguir siendo creída? Es lo mismo que hace la industria farmacéutica con las personas hoy: simplemente calma sus dolores sin curar el problema de raíz. Los argumentos intelectuales van a acompañar las decisiones del corazón, justificándolas “racionalmente”.

Una forma de darse cuenta de este proceso, en otros y en nosotros, es cuando exponemos a una persona a una serie de razonamientos que van demostrando la falsedad de lo que cree (o nosotros somos expuestos a ellos); si las respuestas están cargadas de emociones y finalmente llegamos a un: “no me vas a convencer con eso” es que poco importa lo que diga la Biblia sino que necesitamos mantenernos aferrados a una postura teológica, porque eso nos da sentido, identidad y seguridad.

De esta ensalada de emociones heridas y razonamientos erróneos nacen y se afirman las falsas doctrinas.

Por eso el principal problema no está en la doctrina sino en el corazón de las personas, que permanece herido y abierto a cualquier herejía porque no hemos querido recibir el amor de Dios, porque en el fondo seguimos pensando que Dios tiene “dobles intenciones” y que al fin y al cabo, “no es tan bueno como dice”, entonces no aceptamos ni Su amor ni Sus promesas, con lo que Su Espíritu no puede obrar con libertad en nuestros corazones.

A medida que la gente está más herida (por estar más lejos de Dios) e incluso los que se dicen cristianos, más firmemente arraiga el error doctrinal y con más vehemencia se defiende.

Sólo el amor de Cristo puede romper esa fortaleza, pero si no ocurre, el endurecimiento será cada vez peor. Esa es la realidad de muchos cristianos en los últimos tiempos, y debemos cuidarnos de ellos porque literalmente seremos atacados con ferocidad si pretendemos mostrarles el error.

Pero cuando el amor de Dios entra y sana el corazón, no solo se disipan las falsas doctrinas, sino que además se recibe un profundo conocimiento y poder para sanar a otros. ¡Que el Señor nos mantenga humildes para ser sanados en nuestras áreas de error!

Danilo Sorti




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