Marcos 13:32-33 RVC
32 »En cuanto al día y la hora, nadie lo
sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo. Sólo el Padre lo sabe.
33 Pero ustedes, presten atención y
manténganse atentos, porque no saben cuándo llegará el momento.
Estos versículos han sido muy mal usados, y
continúan siéndolo, por aquellos que en el fondo prefieren no saber nada del
fin de los tiempos y los juicios de Dios. Al día de hoy, hace falta realmente
tener un corazón muy cerrado para negar que el tiempo del fin ya llegó.
Lo cierto es que Jesús claramente habló del
“día y la hora” pero no de los tiempos y sus características. De hecho, nos
deja abundantes detalles de cómo serían esos tiempos, suficientes como para
saber que estamos comenzando a transitarlos.
Y es precisamente ahora, cuando el Espíritu
está alertando a todo el mundo (que quiera oír) a través de sueños, visiones y
profecías (y de los titulares de los diarios…) cuando empieza a surgir una
“desesperación escatológica”. Ahora bien, si las personas están desesperadas
porque entendieron que no están a cuentas con Dios, ¡bienvenida sea! Pero no
debería pasar lo mismo con los creyentes fieles.
Creo que debemos darnos cuenta del momento
decisivo que estamos viviendo y despojarnos de todo peso y preocupación
innecesaria, para enfocarnos en completar la tarea que nos asignó el Señor hace
casi dos mil años. Creo que debemos enfocarnos en Su misión. Pero no debemos
desesperarnos. Ni tampoco olvidar que, aunque sabemos que éste es el tiempo,
seguimos sin saber el día y la hora.
En Argentina tenemos una expresión muy
“futbolera”, al tiempo adicional que el árbitro le agrega a un partido le
llamamos “tiempo de descuento”. Todos saben cuándo se terminó el tiempo
reglamentario, pero nadie sabe exactamente cuánto dura el tiempo de descuento,
usualmente unos pocos minutos. Cuando el partido tiene un claro ganador ya todo
está dicho y los jugadores fatigados tienen que “sobrevivir” al tiempo de
descuento. Pero cuando hay aún posibilidad de revertir el resultado, se
intentan acciones heroicas y a veces, en el último minuto un gol cambia el
marcador. Y entonces la tribuna estalla de alegría: ese tiempo no “debía” haber
estado, y ese gol no hubiera sido posible sin esos pocos minutos extras. Como
sabe cuándo termina el tiempo de descuento, todos están apurados, intentando
jugadas arriesgadas para lograr la victoria.
El mundo está hoy en el tiempo de descuento.
Sabemos que el “tiempo reglamentario” ya se terminó y sabemos que no quedan
muchos minutos más, aunque no sabemos cuántos más y el Señor mismo se encargó de
aclararlo. Esas palabras que leímos, y que los cristianos utilizaron a lo largo
de casi dos milenios, en realidad fueron escritas exactamente para nosotros.
Aquellos que ya consideran que el partido
tiene un claro “ganador” no se preocupan por esforzarse. Me estoy refiriendo a
los cristianos que ya suponen que el Diablo ganó la guerra y no nos queda más
que esperar que el Señor nos rescate antes de que conquiste el último bastión
de resistencia. Pero los que saben que todavía está por venir la conquista más
gloriosa de la Iglesia de los últimos tiempos, están dispuestos a jugarse el
todo por el todo para lograr el “gol” decisivo, el que complete el número de
los salvados y termine la proclamación del Evangelio entre las naciones.
Tiempo de descuento, sí, el tiempo más
intenso de todo el partido, cuando los jugadores, cansados, agotados, doloridos
por el esfuerzo y por los golpes y patadas recibidos durante 90 minutos, sacan
fuerzas de no saben dónde para lograr el último gol. Los cristianos fieles que hemos
llegado a este tiempo no estamos en condiciones muy diferentes: cansados,
heridos, doloridos, frustrados y hasta desanimados. Hemos visto alejarse a
tantos de nuestros compañeros que ya perdimos la cuenta. Hemos visto perder
tantas batallas que ya casi ni nos acordamos de cómo era la victoria. Hemos
visto corromperse tantos predicadores que dudamos que exista todavía alguno
fiel. ¡Pero estamos en el tiempo de descuento! Éste es el momento en que las
fuerzas sobrenaturales vivificarán a los abatidos con una energía mayor de la
que jamás hubieran imaginado. ¿Puedes creerlo? Si puede, podrás también
recibirlo.
Danilo Sorti
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