lunes, 14 de agosto de 2017

154. ¿Puedo confiar en que Dios me ama si todo alrededor mío se derrumba?

Apocalipsis 7:13-17 RVC
13 Entonces uno de los ancianos me dijo: «Y estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son? ¿De dónde vienen?»
14 Yo le respondí: «Señor, tú lo sabes.» Entonces él me dijo: «Éstos han salido de la gran tribulación. Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero.
15 Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los protege con su presencia.
16 No volverán a tener hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el calor los molestará,
17 porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los llevará a fuentes de agua de vida, y Dios mismo secará de sus ojos toda lágrima.»


En esencia, la primer tentación de la Serpiente consistió en poner en duda el amor de Dios, y a partir de ahí la humanidad vivió, y continúa viviendo, en un mundo en el que hace falta fe, y a veces mucha fe para creer en Su amor.

El hombre recibió lo que “declaró”: con sus hechos puso en duda el amor divino aún viviendo en medio de una réplica del Cielo en la tierra, y fue echado a un mundo en donde realmente iba a ser difícil creer en el cuidado del Creador. De ahí en adelante los hombres tuvieron siempre muy buenas razones para dudar de un Dios amoroso y protector.

No es diferente hoy, más todavía a medida que la maldad humana crece exponencialmente y los juicios del Padre se desatan sobre la tierra,  ¿realmente podemos creer en un Dios de amor? ¿Sigue cuidando a Sus hijos?

Lo cierto es que desde Edén en adelante Dios manifestó tanto Su amor como Su justicia, por lo que si esperamos SOLAMENTE la manifestación del amor divino estamos en un serio problema. Yo creo que aquí tenemos la verdadera causa del llamado “ateísmo”, en el fondo, cuando eran niños, les hablaron de un Dios ideal, puro amor, pero al empezar a ver la realidad se encontraron con algo completamente distinto, por lo cual concluyeron que “no existe Dios”, aunque en realidad buena parte de los que se llaman “ateos” están simplemente peleando con ese “Dios” que no cumple con sus promesas.

¿Y los hijos de Dios? ¿Seguimos creyendo en Su amor? De hecho aquellos que apostatan del camino en algún momento empezaron a pensar que el Señor no los ama tanto como dice, o al menos, que no se preocupa tanto por ellos. Lenta o rápidamente fueron concluyendo que decididamente Dios no tiene un interés genuino en ellos, que no va a responder a sus necesidades, que simplemente los quiere para cumplir un papel y nada más, y así, algunos se quedaron en el pantano de la duda y otros directamente fueron arrastrados por el río de la incredulidad hacia el océano de la apostasía.

¿Cómo creer en el amor de Dios en medio de ESTE mundo? El mayor hecho de Su amor era, para los israelitas, algo todavía futuro, y para nosotros, algo ya pasado. Eso no tiene que ver con los “visible”, propiamente no es de este mundo, es un acto primariamente espiritual que cambió nuestro destino eterno y que tuvo un costo imposible de pagar con todo el Universo y lo que contiene. Si estamos buscando Su amor en esta tierra, a pesar de que SI HAY muchas pruebas de él, inevitablemente fallaremos. Podemos seguir creyendo en el amor de Dios en medio de este mundo… si podemos ver más allá de este mundo.

Pero hay algo más, segundo en orden pero también fundamental; no fuimos creados para el sufrimiento y decididamente no para vivir en el estado actual de la tierra. Lo sabemos, todos los seres humanos lo saben y no necesitan que nadie se los enseñe. Podemos creer en el mayor acto de amor realizado en Cristo, ¡pero tenemos que pasar por tantos sufrimientos aquí! ¿Será verdad que Dios cuida de los suyos?

Jeremías 45:4 DHH
4 y me manda que te diga: destruyo lo que construí, y arranco lo que planté. Y lo mismo haré con toda la tierra.

Su amor y cuidado no nos exime de Sus juicios y Sus tratos. Pero esto no es el estado dispuesto para nosotros, hay todavía una esperanza futura. Dijimos párrafos atrás que para los israelitas la esperanza de la salvación de sus pecados era todavía un evento futuro, y debían ejercitar la fe en que el Señor vendría a purificarlos de sus maldades. Cada sacrificio, cada acto litúrgico, apuntaba hacia la obra y el sacrificio de Cristo. Dijimos también que para nosotros es un evento ya pasado. Sin embargo, todavía queda una esperanza futura para los que vivimos en este tiempo.

Propiamente, la esperanza del Reino Milenial es más bien para la humanidad e Israel, que tendrán que atravesar por los juicios de la tribulación. Nosotros estaremos allí y cumpliremos nuestra parte, terminaremos de hacer lo que fue truncado aquí, por el pecado. Pero hay otra esperanza para nosotros que estamos vivos, realizada ya en los que murieron, y es la esperanza del cielo, en donde ya no estaremos sujetos a los dolores y tristezas de este mundo, ni a sus limitaciones.

El pasaje de Apocalipsis en realidad se refiere a un grupo en particular de personas, aquellos que estén atravesando los juicios de la tribulación; porque si nos quejamos de los problemas y catástrofes de este mundo, mucho peor será lo que vendrá. Si algún grupo de personas ha tenido jamás situaciones como para dudar del amor de Dios, ellos lo serán. ¿Cómo podrán creer en un Dios amoroso en medio de juicios tan terribles? Bueno, sabemos que creerán; quizás porque recordarán el cuidado y la protección de Dios que el mundo (aún los incrédulos) tenían en el pasado, precisamente ESTE MUNDO ACTUAL, del que tanto nos quejamos y en el que tanto dudamos de Dios.

Estos santos del futuro (que probablemente sean los incrédulos, pecadores e impíos del presente) son en cierto sentido un testimonio contra nuestra propia rebeldía e incredulidad.

Habrá una tierra restaurada, pero también hay y habrá para nosotros un cielo, en donde al amor tierno y protector del Padre se manifestará en toda su dimensión y por toda la eternidad; y no será un lugar de “olvido” ni de amnesia, será un lugar donde habrá lágrimas en algún momento, habrá tristezas y dolores del alma durante algún tiempo, pero la promesa es que Dios mismo, el Padre en persona, se encargará de secar toda lágrima, de sanar toda herida, de restaurar todo dolor. ¿Cómo puede hacerlo? Sencillo, Él también ha pasado por todos esos dolores, por todas esas angustias, al mismo tiempo que Sus hijos las pasaban en esta tierra, y muchísimo más aún en Su Hijo.

¡Qué insondable y profundo es Su Amor! ¡No nos alcanzará la eternidad para comprenderlo!



Danilo Sorti




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