Hechos 4:36 DHH
36 Tal fue el caso de un levita llamado José,
natural de la isla de Chipre, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre
Bernabé, (que significa: “Hijo de consolación”).
Bernabé aparece en el Nuevo Testamento 28
veces, 23 de ellas en el libro de Hechos. Si bien leemos algunas cosas
interesantes sobre él, muy pronto deja la escena y la ocupa uno de sus
“discípulos”: Saulo de Tarso que más tarde sería conocido como Pablo. Lo último
que sabemos de él en el libro de Hechos fue la pelea que tuvo con Pablo y su
separación ministerial. Luego aparece algunas veces en las epístolas y nada
más. A la luz de la historia de la Salvación, Bernabé en solamente un “actor de
reparto”… ¿solamente?
Veamos un poco más en profundidad. Cuando
aparece por primera vez lo tenemos en la iglesia naciente de Jerusalén (Hechos
4), que enfrentaba sus primeros problemas, uno de los cuales era proveer para
las necesidades urgentes de sus miembros más pobres, y Bernabé está supliendo
esa necesidad (dicho sea de paso, muchas de nuestras grandes iglesias más bien
le piden el dinero a sus miembros más pobres para seguir enriqueciendo a
algunos de sus miembros más ricos…).
Ese era un momento crítico: la única iglesia
que existía en todo el mundo era esa. La justicia social que ellos
establecieron allí permitió que Dios se manifestara con mucho poder y el
Evangelio se expandiera. Bernabé participó en ello. En el capítulo 5 sigue la
historia de Ananías y Safira, que estableció el temor de Dios en la joven
iglesia; sugestivamente sigue a la historia de Bernabé, ¿Satanás estaba
intentando corromper el espíritu de generosidad manifestado? Sea como sea, el
resultado fue para la gloria de Dios.
Luego lo vemos en Hechos 9: el perseguidor
Saulo, no muy diferente a los yihadistas actuales, recién convertido, es
rechazado por todos los creyentes, ¡y con mucha razón! Sólo Bernabé, que era
conocido y tenía reputación (y que podía perderla por una mala decisión) creyó
en él y lo introdujo “oficialmente” a la comunión de la iglesia.
En
Hechos 11 Bernabé va a Antioquía para ministrar a la naciente y pujante
iglesia: ese sería el centro que tomaría la posta cuando Jerusalén declinara, y
de nuevo Bernabé está allí. Más tarde va a buscar a Saulo para que lo ayude en
la obra: ese fue el “empujón” ministerial que necesitaba el apóstol para
comenzar a servir activamente. Luego toma a Marcos, su sobrino, para que los
acompañe.
En hechos 13 Bernabé, junto con Saulo, eran
parte del liderazgo de la ya gran iglesia de Antioquía, y es llamado junto con
Pablo para comenzar la serie de viajes misioneros que llevarían a establecer el
Evangelio en todo el Imperio Romano, a partir del cual, siglos más tarde, se
extendería (con virtudes y con errores) por todo el mundo. Es en este viaje en
donde vemos como Pablo progresivamente va tomando un lugar central en el
ministerio.
Luego nos encontramos con el conflicto de
Hechos 15, en donde Pablo y Bernabé discuten acaloradamente para impedir que
los creyentes gentiles sean sometidos al legalismo judío y por fin van a
Jerusalén, en el primer concilio santo de toda la iglesia, en donde su
testimonio resulta una pieza clave en la decisión que liberaría al Evangelio de
ataduras legalistas innecesarias.
Pero un poco más tarde lo vemos discutiendo
con Pablo respecto de llevar o no a Marcos en el próximo viaje misionero;
termina separándose de él, llevando a Marcos y Pablo a Silas. Y allí termina
casi la historia de Bernabé excepto por algunas menciones en I Corintios,
Gálatas y Colosenses.
En base a esto, muchos predicadores concluyen
que Bernabé se equivocó y por no haber seguido al Ungido de Dios (Pablo) fue
descartado de la historia bíblica. Pero yo creo que hay otra verdad mucho más
profunda.
Marcos había fallado en su primer intento
misionero y muy bien pudo haber quedado frustrado con eso; Bernabé, el “Hijo de
Consolación” (de hecho sólo una vez se menciona su verdadero nombre) cumpliendo
su ministerio, restauró a Marcos. ¿Qué ganamos con ello?
Juan Marcos fue el primer evangelista, a
partir de sus escritos Mateo y Lucas escribieron los suyos y el apóstol Juan,
años después, escribió el suyo narrando precisamente lo que no se contaba en
los otros tres. Sin Marcos probablemente no tendríamos ningún evangelio.
Marcos terminó siendo un compañero de Pablo
en sus últimos días de ministerio: aquel que había rechazado años atrás lo
fortaleció cuando más lo necesitaba.
Sin Bernabé la primera iglesia habría pasado por
más dificultades, quizás no tendríamos iglesia hoy; él estuvo en la primera de
todas, Jerusalén, y la primer iglesia gentil, Antioquía, de la cual
“descendemos” la gran mayoría de los cristianos hoy.
Sin Bernabé no hubiéramos tenido a Pablo; nos
faltaría la mayor parte del libro de Hechos y de las epístolas.
Bernabé, este “actor de reparto”, despreciado
o ignorado muchas veces desde los púlpitos, es uno de los pilares del Nuevo
Testamento. Sin él, no lo tendríamos. Sin él, no habría llegado hasta nosotros
el Mensaje de Salvación. Así de importante es el ministerio de la consolación,
así de importantes son los “actores secundarios” en el Reino de Dios.
Si el Señor te ha dado ese ministerio, si te
ha llamado como “actor de reparto”, no tengas en poco tu ministerio, no
“entierres tu talento”, no aceptes el “menosprecio” sutil de “los grandes”.
Bernabé no lo hizo, fue valiente con lo que tuvo, no ocupó lugares que no le
correspondían, no quiso ser lo que no era y como resultado se constituyó en uno
de los cimientos fundacionales de la Iglesia, la Novia del Cordero. ¡Gloria a
Dios por ello!
Danilo Sorti
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