Isaías 22:12-14 RVC
12 Ese día Dios, el Señor de los ejércitos,
los convocó al llanto y al lamento, a raparse el cabello y a vestirse de
cilicio;
13 pero ustedes prefirieron gozar y
divertirse, matar vacas y degollar ovejas, comer carne y beber vino. Y decían:
«Comamos y bebamos, que mañana moriremos.»
14 Por su parte, el Señor de los ejércitos me
dijo al oído: «Este pecado no les será perdonado, hasta que hayan muerto.» Lo
ha dicho Dios, el Señor de los ejércitos.
De manera muy sutil al principio, hace
algunas décadas, se introdujo el “ánimo festivo” dentro de la Iglesia.
Precisamente cuando más nos estábamos acercando hacia los juicios del fin de
los tiempos, más se popularizó la “fiesta y la algarabía” en los cultos.
Siglos atrás, frente a un juicio inminente y
devastador, Isaías pudo ver con tristeza que el pueblo desoyó el llamado del
Señor. Dios NO LOS INVITÓ a una fiesta, no les dijo que se gozaran ni que
proclamaran las promesas, ni siquiera que hicieran guerra espiritual; ¡los
invitó a lamentarse y llorar con profunda amargura y dolor!
Cualquiera que dijera esto en una iglesia hoy
sería llevado a liberación inmediatamente… el problema es que estarían tratado
de sacarle al Espíritu de Dios, porque, tal como lo fue siete siglos antes de
Cristo, hoy el mismo Espíritu está llamando a todo el mundo, y especialmente
los cristianos, a llorar y lamentarse por la superabundancia de pecado y los
terribles juicios que vendrán y ya están empezando a pasar en (muy) pequeña
medida.
Claro que hay un momento de gozo y alegría,
incluso un tiempo de fiesta en la presencia del Señor, aún en medio de los
juicios, porque Su misma presencia es la que nos llena de gozo inefable incluso
frente a la muerte. Pero también debería haber mucho tiempo de llanto y lamento
en el Espíritu.
Jerusalén estaba ya con los enemigos en las
puertas, no había sido capaz de reconocer su pecado hasta ese momento, ¿podría
finalmente darse cuenta? Evidentemente no.
Frente a una situación irresoluble, cuando el
juicio divino es ya inevitable, como en el tiempo presente, cuando ya sólo es
cuestión de tiempo, ¿qué nos queda?
La respuesta humana es “Comamos y bebamos,
que mañana moriremos”, es decir, entregarse de lleno a los placeres terrenales
(no necesariamente a los placeres pecaminosos, aunque también puede ser) y
disfrutar lo más posible del último tiempo que queda. ¿Será posible que algún
hijo de Dios piense así?
El Señor nos llama a llorar, a hacer duelo
por un sistema de cosas que va a desaparecer, a lamentarnos por todo lo que se
va a perder y, más que nada, por tantos y tantos que no han querido
arrepentirse y tendrán que sufrir terriblemente, en el presente y, si siguen
así, en la eternidad. Hermanos, hay un momento en que ya no se puede cambiar la
voluntad divina. Hay un tiempo en el que Dios busca desesperadamente a alguien
que se interponga entre Él y los pecadores, para no tener que destruirlos, pero
hay también un tiempo en que el castigo es ya inevitable.
Cuando eso ocurre, no debemos permanecer
indiferentes o “derrotados”, porque finalmente no es nuestra lucha ni nuestra
decisión; a pesar de todo lo que podamos hacer, inevitablemente es la decisión
de cada persona, individual e indelegable. Nada nuevo podrá surgir si no ha
muerto lo viejo, y lo viejo tiene que morir en nosotros a través de un proceso
de duelo.
Sólo cuando hay duelo, cuando nos damos
cuenta de que la destrucción (de eso a lo que estamos aferrados y que Dios ya
ha condenado) es inminente e inevitable bajo todo punto de vista, que ya se
cerró la puerta de la gracia para eso en particular, es que podemos
desprendernos en nuestro espíritu y aceptar tanto el juicio que viene como la
novedad que surgirá después.
Cuando nos quedamos aferrados a lo que ha
sido destinado a la destrucción nos termina pasando como a Acán: somos
destruidos junto con ella.
Apocalipsis 18:4 RVC
4 Oí entonces otra voz del cielo, que decía:
«Ustedes, los de mi pueblo, salgan de esa ciudad para que no participen de sus
pecados ni reciban parte de sus plagas;
En estos tiempos últimos Dios está haciendo
cambios muy rápidos, ha decretado juicio sobre relaciones interpersonales,
iglesias, ciudades, naciones y, en breve, sobre la tierra entera. Aunque
todavía una puerta de gracia permanece abierta y se nos urge a hacer entrar a
todos los que podamos, no será por mucho. Hoy mismo podemos leer noticias de
desastres naturales (o no naturales) que están ocurriendo en distintas partes
del mundo, y eso no mejorará en el futuro: Dios está decretando juicio y está
llamando a todo Su pueblo al lamento y al arrepentimiento, no sólo en lo
íntimo, sino también en lo público. Dios quería en Israel cultos públicos de
arrepentimiento, y también los quiere ahora, Dios quería un llanto que se
escuchara desde muy lejos, y hoy no es distinto. ¿Quién sabe si es acción en
realidad no podrá liberar un poder espiritual tan grande que produzca el
arrepentimiento genuino de tantos y tantos cristianos tibios y carnales, y no
brille como una luz para salvación (o al menos, testimonio) hacia muchos
inconversos?
Algo más. Cuando primero leí estos conceptos
que aquí escribo, lo hice precisamente un día antes del atentado a las Torres
Gemelas; el Señor había dispuesto que justo en ese momento tuviera ese libro
sobre profetas en mis manos, e ilustró de manera muy dramática la verdad que
estaba tratando de mostrarme. Por eso mismo quiero animar a los lectores, en el
nombre del Señor, a que no pasen por alto estas breves palabras, sino que
busquen confirmación en el Espíritu.
Danilo Sorti
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