lunes, 14 de agosto de 2017

160. El tiempo del duelo

Isaías 22:12-14 RVC
12 Ese día Dios, el Señor de los ejércitos, los convocó al llanto y al lamento, a raparse el cabello y a vestirse de cilicio;
13 pero ustedes prefirieron gozar y divertirse, matar vacas y degollar ovejas, comer carne y beber vino. Y decían: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos.»
14 Por su parte, el Señor de los ejércitos me dijo al oído: «Este pecado no les será perdonado, hasta que hayan muerto.» Lo ha dicho Dios, el Señor de los ejércitos.


De manera muy sutil al principio, hace algunas décadas, se introdujo el “ánimo festivo” dentro de la Iglesia. Precisamente cuando más nos estábamos acercando hacia los juicios del fin de los tiempos, más se popularizó la “fiesta y la algarabía” en los cultos.

Siglos atrás, frente a un juicio inminente y devastador, Isaías pudo ver con tristeza que el pueblo desoyó el llamado del Señor. Dios NO LOS INVITÓ a una fiesta, no les dijo que se gozaran ni que proclamaran las promesas, ni siquiera que hicieran guerra espiritual; ¡los invitó a lamentarse y llorar con profunda amargura y dolor!

Cualquiera que dijera esto en una iglesia hoy sería llevado a liberación inmediatamente… el problema es que estarían tratado de sacarle al Espíritu de Dios, porque, tal como lo fue siete siglos antes de Cristo, hoy el mismo Espíritu está llamando a todo el mundo, y especialmente los cristianos, a llorar y lamentarse por la superabundancia de pecado y los terribles juicios que vendrán y ya están empezando a pasar en (muy) pequeña medida.

Claro que hay un momento de gozo y alegría, incluso un tiempo de fiesta en la presencia del Señor, aún en medio de los juicios, porque Su misma presencia es la que nos llena de gozo inefable incluso frente a la muerte. Pero también debería haber mucho tiempo de llanto y lamento en el Espíritu.

Jerusalén estaba ya con los enemigos en las puertas, no había sido capaz de reconocer su pecado hasta ese momento, ¿podría finalmente darse cuenta? Evidentemente no.

Frente a una situación irresoluble, cuando el juicio divino es ya inevitable, como en el tiempo presente, cuando ya sólo es cuestión de tiempo, ¿qué nos queda?

La respuesta humana es “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”, es decir, entregarse de lleno a los placeres terrenales (no necesariamente a los placeres pecaminosos, aunque también puede ser) y disfrutar lo más posible del último tiempo que queda. ¿Será posible que algún hijo de Dios piense así?

El Señor nos llama a llorar, a hacer duelo por un sistema de cosas que va a desaparecer, a lamentarnos por todo lo que se va a perder y, más que nada, por tantos y tantos que no han querido arrepentirse y tendrán que sufrir terriblemente, en el presente y, si siguen así, en la eternidad. Hermanos, hay un momento en que ya no se puede cambiar la voluntad divina. Hay un tiempo en el que Dios busca desesperadamente a alguien que se interponga entre Él y los pecadores, para no tener que destruirlos, pero hay también un tiempo en que el castigo es ya inevitable.

Cuando eso ocurre, no debemos permanecer indiferentes o “derrotados”, porque finalmente no es nuestra lucha ni nuestra decisión; a pesar de todo lo que podamos hacer, inevitablemente es la decisión de cada persona, individual e indelegable. Nada nuevo podrá surgir si no ha muerto lo viejo, y lo viejo tiene que morir en nosotros a través de un proceso de duelo.

Sólo cuando hay duelo, cuando nos damos cuenta de que la destrucción (de eso a lo que estamos aferrados y que Dios ya ha condenado) es inminente e inevitable bajo todo punto de vista, que ya se cerró la puerta de la gracia para eso en particular, es que podemos desprendernos en nuestro espíritu y aceptar tanto el juicio que viene como la novedad que surgirá después.

Cuando nos quedamos aferrados a lo que ha sido destinado a la destrucción nos termina pasando como a Acán: somos destruidos junto con ella.

Apocalipsis 18:4 RVC
4 Oí entonces otra voz del cielo, que decía: «Ustedes, los de mi pueblo, salgan de esa ciudad para que no participen de sus pecados ni reciban parte de sus plagas;

En estos tiempos últimos Dios está haciendo cambios muy rápidos, ha decretado juicio sobre relaciones interpersonales, iglesias, ciudades, naciones y, en breve, sobre la tierra entera. Aunque todavía una puerta de gracia permanece abierta y se nos urge a hacer entrar a todos los que podamos, no será por mucho. Hoy mismo podemos leer noticias de desastres naturales (o no naturales) que están ocurriendo en distintas partes del mundo, y eso no mejorará en el futuro: Dios está decretando juicio y está llamando a todo Su pueblo al lamento y al arrepentimiento, no sólo en lo íntimo, sino también en lo público. Dios quería en Israel cultos públicos de arrepentimiento, y también los quiere ahora, Dios quería un llanto que se escuchara desde muy lejos, y hoy no es distinto. ¿Quién sabe si es acción en realidad no podrá liberar un poder espiritual tan grande que produzca el arrepentimiento genuino de tantos y tantos cristianos tibios y carnales, y no brille como una luz para salvación (o al menos, testimonio) hacia muchos inconversos?

Algo más. Cuando primero leí estos conceptos que aquí escribo, lo hice precisamente un día antes del atentado a las Torres Gemelas; el Señor había dispuesto que justo en ese momento tuviera ese libro sobre profetas en mis manos, e ilustró de manera muy dramática la verdad que estaba tratando de mostrarme. Por eso mismo quiero animar a los lectores, en el nombre del Señor, a que no pasen por alto estas breves palabras, sino que busquen confirmación en el Espíritu.



Danilo Sorti



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