1 Pedro 4:3-4 DHH
3 Por mucho tiempo hicieron ustedes las
mismas cosas que hacen los paganos, pues vivían entonces en vicios, malos
deseos, banquetes y borracheras, bebiendo con exceso y adorando ídolos
abominables.
4 Ahora, como ustedes ya no los acompañan en
los excesos de su mala vida, ellos se extrañan y hablan mal de ustedes.
La persecución es un tema frecuente en toda
la Biblia, y tendríamos muchos pasajes para citar, pero ahora quisiera que
reflexionemos sobre una forma particular de persecución, que no resulta tan
visible, que no es sangrienta (como sí lo es la que sufren nuestros hermanos en
Asia y África, y en algunas partes de América también) ni claramente
destructiva. Es una persecución mucho más sutil y que, por lo tanto, pasa
desapercibida muchas veces.
Es claro que hay muchas formas de persecución
u hostigamiento, la forma más sutil tiene que ver con el texto que leímos más
arriba: “hablan mal de ustedes”, en otra traducción dice “os ultrajan”, que
tiene una connotación más fuerte, pero que en el fondo se refiere a lo mismo:
decir cosas malas del otro, de manera más o menos directa u ofensiva.
En nuestros países occidentales, hasta ahora
y no sé si por mucho más, ha habido bastante tolerancia hacia los evangélicos,
y las leyes han impedido una persecución manifiesta en muchos de ellos; pero
ninguna ley cambia el corazón de las personas, y la persecución siempre ha
existido, aunque de formas más sutiles.
Esta persecución sutil se da en los ámbitos
laborales, académicos, sociales o familiares. Se une estrechamente con la
hipocresía (tanto personal como institucional), por lo que se hace muy difícil
de descubrir, y consiste en cerrar las puertas de progreso o desarrollo dentro
de esos ámbitos. Aquellas personas que deberían abrir las puertas para que los
hijos de Dios puedan avanzar hacia nuevos puestos o actividades de mayor
influencia, sencillamente lo impiden. Esto queda camuflado de muchas maneras
también muy sutiles y políticamente correctas.
Una de las formas favoritas de camuflar esto
es a través de largos “discursos” con muchas recomendaciones y exhortaciones,
luego de los cuales uno queda realmente confundido respecto de qué es lo que
quisieron decir o cuáles son las causas, pero lo que sí sabe es que
decididamente no le van a dar la oportunidad.
A veces la petición entra en la maraña
burocrática y, por alguna extraña razón, termina perdiéndose.
Otras tantas los requisitos de admisión nunca
coinciden con las capacidades personales.
Bueno, hay diversas razones. Ahora bien, por
supuesto que el hecho de ser hijo de Dios no me habilita automáticamente para
ocupar tal o cual puesto, pero también es cierto que muchas veces los puestos o
lugares de influencia son ocupados por personas que, propiamente, no están
mejor calificadas que nosotros.
Como las personas que ejercen este tipo de
persecución ocupan lugares socialmente importantes, ya están muy bien
acostumbradas a hablar de manera “políticamente correcta”, es decir, a mentir,
por lo que difícilmente lleguemos a conocer sus verdaderas intenciones, y así
queda encubierta como tal y terminamos creyendo que el juicio dictaminado sobre
nosotros fue realmente justo. Pero esto, si no es descubierto, resulta muy
dañino por varias razones.
Primero, terminamos formándonos la idea de
que “no somos competentes” y nos acomodamos mentalmente a la mediocridad. Esto
es un error, porque estamos basando nuestra competencia en lo que nos dicen
personas cuyas intenciones no siempre conocemos, y no en lo que Papá dice de
nosotros.
Segundo, la obra que Dios quería haber, para
bendición de la sociedad y de Su Reino, a través nuestro, queda truncada. De
todas formas, esto no es responsabilidad nuestra y ellos tendrán que dar
cuentas el día del juicio, ¡y no quisiera estar en sus zapatos!
Tercero, como permanecemos engañados,
seguimos manteniéndonos bajo la autoridad de esas personas, que por lo demás,
suelen mostrarse muy amables con nosotros y hasta nos “tiran un hueso” de vez
en cuando, como para mantenernos “enganchados” pero quietos.
¿No te ha pasado esto nunca? ¡Yo debo decir
que sí! Y más de una vez ocurre dentro de las mismas congregaciones, con el
agravante de que está envuelto en un “discurso espiritual” que hace más difícil
aún darse cuenta del engaño.
Todas las personas necesitan la ayuda de otro
(generalmente de muchos otros) para alcanzar grandes cosas. Los discursos de
los grandes empresario o los “grandes siervos de Dios”, que los muestran como
héroes solitarios, que por su capacidad o por su gran fe alcanzaron prodigios,
son inevitablemente falsos. Detrás de cada una de esas historias hay algunas
personas claves que depositaron confianza en ellos en algún momento y les
abrieron las puertas o les dieron los recursos que necesitaban, y otros muchos
que colaboraron silenciosamente.
Hay persecuciones que no podemos evitar. El
Señor nos dará la gracia necesaria. Pero hay persecuciones que sí podemos y
debemos evitar, al menos cuando nuestros ojos son abiertos, ¡hagámoslo!
No todos tienen el privilegio de dar sus
vidas por Cristo, pero casi todos (o todos) los cristianos fieles sufren
persecución de alguna manera. También para ellos, aunque no lo sepan, se aplica
esta bienaventuranza:
Mateo 5:10-12 RVC
10 »Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
11 »Bienaventurados serán ustedes cuando por
mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase
de mal.
12 Gócense y alégrense, porque en los cielos
ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que
vivieron antes que ustedes.
De paso, ¡no paguemos nosotros con la misma
moneda! En la medida que podamos y sea sabio hacerlo (a veces no lo es),
abramos las puertas para que otros puedan avanzar.
Danilo Sorti
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