Juan 17:23 RVC
23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado
a ellos como también a mí me has amado.
Juan 16:33 RVC
33 Estas cosas les he hablado para que en mí
tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al
mundo.»
Las filosofías orientales han hecho un gran
descubrimiento. Ellas hablan del “apego” como uno de los grandes males del ser
humano, esto es, aferrarse a las cosas y a las personas. Realmente tienen
razón; no estamos hechos para aferrarnos ni a las posesiones materiales ni a
las personas, ni siquiera a quienes más amamos, porque todo eso es pasajero.
El “pequeño” problema con las filosofías
orientales es que luego de lograr el “desapego”, el ser humano queda flotando
en la nada. ¡Y tampoco estamos hechos para eso! Es más, estamos hechos para ser
profundamente “apegados”, aunque no a lo material. Logran describir bien el
problema, pero no llegan a la solución: Cristo en nosotros y nosotros en Él.
Inevitablemente el amor a las personas
(amigos, familia, hermanos en la fe, cónyuge, hijos) nos traerá sufrimientos (y
nosotros se los traeremos a otros también…), y en parte es inevitable y así
tiene que ser. El Señor no nos llamó a estar aislados, todo lo contrario, nos
llamó a involucrarnos profundamente con los demás y amar como Él amó.
El problema radica en “quién” está en el
lugar principal. Claro, Cristo diríamos, pero cuando el Espíritu escarba un
poco probablemente no sea así y de repente nos encontramos con que hay alguien
ocupando un lugar que no le corresponde.
Esto puede ser muy sutil y normalmente hace
falta algún “trato especial” de parte del Señor para que nos demos cuenta, creo
que una de las mejores cosas que podemos hacer es mantenernos humildes,
sabiendo que ES ASÍ, para que cuando el Señor nos muestre qué o quién está
ocupando un lugar que no le corresponde lo entendamos rápidamente.
Inevitablemente el mundo que nos rodea traerá
dolor, y tanto más cuanto más se acerca el fin: veremos y oiremos cosas
espantosas, algunas de las personas que nos rodean podrán cambiar radicalmente
para mal en poco tiempo, cosas o instituciones en las que habíamos puesto
alguna esperanza serán trastornadas, y la misma naturaleza se volverá
impredecible. Y por encima de eso, el Señor mismo nos manda a seguir amando a
las personas, perdonar y orar por restauración. Inevitablemente habrá aflicción
y no podemos evitarla (como sugerirían las filosofías orientales) porque el
Señor nos manda a soportarlas, pero nuestro “apego” y nuestra esperanza no está
puesta en ninguna de esas cosas, sino sólo en el ÚNICO que es eterno, que no
cambia y en quién no hay variación, y que nunca nos va a fallar.
En el mundo tendremos aflicción, sí, pero
nosotros no pertenecemos a este mundo, sino a un Reino Celestial y Venidero.
¡Gloria a Dios!
Danilo Sorti
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