domingo, 13 de agosto de 2017

111. ¿Quién sigue ocupando el centro de nuestro corazón?

Juan 17:23 RVC
23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Juan 16:33 RVC
33 Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo.»

Las filosofías orientales han hecho un gran descubrimiento. Ellas hablan del “apego” como uno de los grandes males del ser humano, esto es, aferrarse a las cosas y a las personas. Realmente tienen razón; no estamos hechos para aferrarnos ni a las posesiones materiales ni a las personas, ni siquiera a quienes más amamos, porque todo eso es pasajero.

El “pequeño” problema con las filosofías orientales es que luego de lograr el “desapego”, el ser humano queda flotando en la nada. ¡Y tampoco estamos hechos para eso! Es más, estamos hechos para ser profundamente “apegados”, aunque no a lo material. Logran describir bien el problema, pero no llegan a la solución: Cristo en nosotros y nosotros en Él.

Inevitablemente el amor a las personas (amigos, familia, hermanos en la fe, cónyuge, hijos) nos traerá sufrimientos (y nosotros se los traeremos a otros también…), y en parte es inevitable y así tiene que ser. El Señor no nos llamó a estar aislados, todo lo contrario, nos llamó a involucrarnos profundamente con los demás y amar como Él amó.

El problema radica en “quién” está en el lugar principal. Claro, Cristo diríamos, pero cuando el Espíritu escarba un poco probablemente no sea así y de repente nos encontramos con que hay alguien ocupando un lugar que no le corresponde.

Esto puede ser muy sutil y normalmente hace falta algún “trato especial” de parte del Señor para que nos demos cuenta, creo que una de las mejores cosas que podemos hacer es mantenernos humildes, sabiendo que ES ASÍ, para que cuando el Señor nos muestre qué o quién está ocupando un lugar que no le corresponde lo entendamos rápidamente.

Inevitablemente el mundo que nos rodea traerá dolor, y tanto más cuanto más se acerca el fin: veremos y oiremos cosas espantosas, algunas de las personas que nos rodean podrán cambiar radicalmente para mal en poco tiempo, cosas o instituciones en las que habíamos puesto alguna esperanza serán trastornadas, y la misma naturaleza se volverá impredecible. Y por encima de eso, el Señor mismo nos manda a seguir amando a las personas, perdonar y orar por restauración. Inevitablemente habrá aflicción y no podemos evitarla (como sugerirían las filosofías orientales) porque el Señor nos manda a soportarlas, pero nuestro “apego” y nuestra esperanza no está puesta en ninguna de esas cosas, sino sólo en el ÚNICO que es eterno, que no cambia y en quién no hay variación, y que nunca nos va a fallar.

En el mundo tendremos aflicción, sí, pero nosotros no pertenecemos a este mundo, sino a un Reino Celestial y Venidero. ¡Gloria a Dios!


Danilo Sorti



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