Santiago 1:16 DHH
16 Queridos hermanos míos, no se engañen:
Más allá del contexto particular en que
Santiago está diciendo esta frase, podemos encontrar en varias oportunidades,
en diferentes contextos, exhortaciones similares: los hijos de Dios somos
llamados a vivir en el mundo real, no en ilusiones, engaños o autoengaños. Pero
desde el inicio de la historia bíblica, el engaño y su contrapartida, vivir en
“ilusiones” ha estado por demás de presente, tanto es así, que el autor de
Eclesiastés, con su particular perspectiva “debajo del sol” (es decir,
totalmente materialista) llega a la conclusión de que “¡Todo es vana ilusión!”.
Es más, la palabra hebrea “vana ilusión”, también traducida como simplemente
“vanidad”, aparece en todo el Antiguo Testamento 73 veces, de las cuales 38,
más de la mitad, se dan en el breve libro de Eclesiastés. Queda en claro que lo
que vemos, anhelamos, soñamos o esperamos en el sistema mundo es vanidad,
ilusión, engaño, fantasía.
Siendo que los seres humanos nacemos y
vivimos en tal matriz de fantasía, y que la hipercomunicación del presente no
ha hecho más que profundizar la fantasía, pero ahora mucho más creíble,
¿resulta extraño que los cristianos tratemos de acomodarnos a “fantasías
evangélicas”?
Nunca ha sido fácil aceptar la realidad, para
nadie, ni siquiera para los más capacitados y pensantes de la sociedad. En la
práctica, la gran mayoría de las personas vive una parte de su tiempo en una
realidad más o menos recortada, y
procura sumergirse en la fantasía el resto del tiempo, de manera que su vida
sea más tolerable. Señal inequívoca de esto es el tremendo auge de la industria
del entretenimiento: televisión, películas, cine, juegos de todo tipo, deporte
profesional, dibujos animados, teatro, música. ¡Cuidado! No estoy criticando
las distintas manifestaciones artísticas porque son expresión válida del ser
humano y pueden ser vehículo de enseñanza, ministración y adoración a Dios.
Pero es claro que la mayor parte de lo que tenemos en el mundo no cumple
precisamente esa función.
Más hacia el presente, los servicios
informativos han contribuido a crear una fantasía perfectamente creíble para
las mentes inquisidoras de la sociedad tergiversando hábilmente la realidad.
Y cuando uno escucha determinados mensajes
que se repiten hasta el cansancio en determinados ámbitos cristianos, está claro
que hay una muy buen producción de “fantasías evangélicas de ayer y de hoy”. El
evangelio de la prosperidad es un caso paradigmático; sus seguidores siguen
igual de pobres y miserables, ¡pero lo siguen! Un buen programa en el culto,
canciones que toquen las emociones, mensajes positivos en todos los momentos,
algunos testimonios enternecedores, una espiritualidad mágica y simplista (“dé
el diezmo y todo lo demás se soluciona”) y tenemos un inspirador momento de
absoluta fantasía evangélica los domingos.
Pero la fantasía se recrea luego en casa, en
la mente de cada uno, y hay para todos los gustos, no únicamente en su variante
de “prosperidad”. Finalmente, “fantasía” es todo aquello que no se condice
exactamente con la realidad, ¿y quién de nosotros puede decir que conoce LA
realidad? En el mejor de los casos podemos conocer relativamente bien una
porción de realidad y tener una idea más
o menos ajustada del resto, pero ninguno está libre de una dosis de fantasía,
de la “vana ilusión” de la que hablaba el autor de Eclesiastés.
Ahora bien, podemos optar por vivir
tranquilamente en nuestras fantasías y esperar que se cumplan las promesas
fantasiosas de nuestra fantástica imaginación… que pueden llegar a ser más
“fantasmagóricas” que “fantásticas”; o podemos optar por disponernos a conocer
la realidad.
Ahora bien, nadie puede conocer la realidad,
abarcar su verdadera dimensión si no es por la mente de Cristo, y nadie puede
soportar la oscuridad que el mal está trayendo a esta tierra si no tiene la
fortaleza del Espíritu. De hecho, el Señor mismo permite una cierta medida de
fantasía en nosotros porque sabe hasta dónde podemos llegar a recibir sin
derrumbarnos. Aquellas personas que no creen en Cristo y pretenden adentrarse
en las miserias y sufrimientos humanos terminan profundamente heridas en su
psiquis si acaso no perturbadas. Pero los cristianos que no profundizan en el
Espíritu no pueden recibir ni soportar la realidad.
Psicológicamente, la fantasía es un mecanismo
de escape, una forma de soportar la crudeza de la vida. Eso no debe ocurrir
entre nosotros; pero la única forma de soportar la realidad es teniendo la
vista adecuadamente puesta en las realidades eternas y fundamentalmente en las
esperanzas que la Palabra nos da.
Hermanos, avancemos en el conocimiento de la
realidad, pero de la mano del Señor. Despojémonos de toda “fantasía
evangélica”, de los “mensajes bonitos” que nunca dieron resultado. Aceptemos la
realidad con toda su crudeza, pero de la mano amorosa de nuestro Padre.
Participemos en el dolor de Su corazón por la terrible oscuridad del mundo,
para que también podamos participar de Su consuelo y de Su capacitación para
servir.
¡Señor, ayudanos a vivir en la realidad de Tu
mano!
Danilo Sorti
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