lunes, 14 de agosto de 2017

155. Vivir en fantasías

Santiago 1:16 DHH
16 Queridos hermanos míos, no se engañen:

Más allá del contexto particular en que Santiago está diciendo esta frase, podemos encontrar en varias oportunidades, en diferentes contextos, exhortaciones similares: los hijos de Dios somos llamados a vivir en el mundo real, no en ilusiones, engaños o autoengaños. Pero desde el inicio de la historia bíblica, el engaño y su contrapartida, vivir en “ilusiones” ha estado por demás de presente, tanto es así, que el autor de Eclesiastés, con su particular perspectiva “debajo del sol” (es decir, totalmente materialista) llega a la conclusión de que “¡Todo es vana ilusión!”. Es más, la palabra hebrea “vana ilusión”, también traducida como simplemente “vanidad”, aparece en todo el Antiguo Testamento 73 veces, de las cuales 38, más de la mitad, se dan en el breve libro de Eclesiastés. Queda en claro que lo que vemos, anhelamos, soñamos o esperamos en el sistema mundo es vanidad, ilusión, engaño, fantasía.

Siendo que los seres humanos nacemos y vivimos en tal matriz de fantasía, y que la hipercomunicación del presente no ha hecho más que profundizar la fantasía, pero ahora mucho más creíble, ¿resulta extraño que los cristianos tratemos de acomodarnos a “fantasías evangélicas”?

Nunca ha sido fácil aceptar la realidad, para nadie, ni siquiera para los más capacitados y pensantes de la sociedad. En la práctica, la gran mayoría de las personas vive una parte de su tiempo en una realidad más o  menos recortada, y procura sumergirse en la fantasía el resto del tiempo, de manera que su vida sea más tolerable. Señal inequívoca de esto es el tremendo auge de la industria del entretenimiento: televisión, películas, cine, juegos de todo tipo, deporte profesional, dibujos animados, teatro, música. ¡Cuidado! No estoy criticando las distintas manifestaciones artísticas porque son expresión válida del ser humano y pueden ser vehículo de enseñanza, ministración y adoración a Dios. Pero es claro que la mayor parte de lo que tenemos en el mundo no cumple precisamente esa función.

Más hacia el presente, los servicios informativos han contribuido a crear una fantasía perfectamente creíble para las mentes inquisidoras de la sociedad tergiversando hábilmente la realidad.

Y cuando uno escucha determinados mensajes que se repiten hasta el cansancio en determinados ámbitos cristianos, está claro que hay una muy buen producción de “fantasías evangélicas de ayer y de hoy”. El evangelio de la prosperidad es un caso paradigmático; sus seguidores siguen igual de pobres y miserables, ¡pero lo siguen! Un buen programa en el culto, canciones que toquen las emociones, mensajes positivos en todos los momentos, algunos testimonios enternecedores, una espiritualidad mágica y simplista (“dé el diezmo y todo lo demás se soluciona”) y tenemos un inspirador momento de absoluta fantasía evangélica los domingos.

Pero la fantasía se recrea luego en casa, en la mente de cada uno, y hay para todos los gustos, no únicamente en su variante de “prosperidad”. Finalmente, “fantasía” es todo aquello que no se condice exactamente con la realidad, ¿y quién de nosotros puede decir que conoce LA realidad? En el mejor de los casos podemos conocer relativamente bien una porción de realidad y tener una  idea más o menos ajustada del resto, pero ninguno está libre de una dosis de fantasía, de la “vana ilusión” de la que hablaba el autor de Eclesiastés.

Ahora bien, podemos optar por vivir tranquilamente en nuestras fantasías y esperar que se cumplan las promesas fantasiosas de nuestra fantástica imaginación… que pueden llegar a ser más “fantasmagóricas” que “fantásticas”; o podemos optar por disponernos a conocer la realidad.

Ahora bien, nadie puede conocer la realidad, abarcar su verdadera dimensión si no es por la mente de Cristo, y nadie puede soportar la oscuridad que el mal está trayendo a esta tierra si no tiene la fortaleza del Espíritu. De hecho, el Señor mismo permite una cierta medida de fantasía en nosotros porque sabe hasta dónde podemos llegar a recibir sin derrumbarnos. Aquellas personas que no creen en Cristo y pretenden adentrarse en las miserias y sufrimientos humanos terminan profundamente heridas en su psiquis si acaso no perturbadas. Pero los cristianos que no profundizan en el Espíritu no pueden recibir ni soportar la realidad.

Psicológicamente, la fantasía es un mecanismo de escape, una forma de soportar la crudeza de la vida. Eso no debe ocurrir entre nosotros; pero la única forma de soportar la realidad es teniendo la vista adecuadamente puesta en las realidades eternas y fundamentalmente en las esperanzas que la Palabra nos da.

Hermanos, avancemos en el conocimiento de la realidad, pero de la mano del Señor. Despojémonos de toda “fantasía evangélica”, de los “mensajes bonitos” que nunca dieron resultado. Aceptemos la realidad con toda su crudeza, pero de la mano amorosa de nuestro Padre. Participemos en el dolor de Su corazón por la terrible oscuridad del mundo, para que también podamos participar de Su consuelo y de Su capacitación para servir.

¡Señor, ayudanos a vivir en la realidad de Tu mano!



Danilo Sorti




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