domingo, 13 de agosto de 2017

126. No he visto justo desamparado

Salmos 37:25 DHH
25 Yo fui joven, y ya soy viejo,
pero nunca vi desamparado al hombre bueno
ni jamás vi a sus hijos pedir limosna.

Mateo 6:31-32 DHH
31 Así que no se preocupen, preguntándose: ‘¿Qué vamos a comer?’ o ‘¿Qué vamos a beber?’ o ‘¿Con qué vamos a vestirnos?’
32 Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan.

Hebreos 13:5-6 DHH
5 No amen el dinero; conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: “Nunca te dejaré ni te abandonaré.”
6 Así que podemos decir con confianza:
“El Señor es mi ayuda; no temeré.
¿Qué me puede hacer el hombre?”


El falso evangelio de la prosperidad produce un efecto contrario al que “quiere” lograr, que en realidad es precisamente el efecto que Satanás quiere obtener con él. Por un lado hace magníficas y grandiosas promesas de bendición y prosperidad, alcanzables en la práctica sólo para los que pueden llegar a determinado nivel de sacrificio personal, esto es, poner en la ofrenda una cantidad de dinero que al final de cuentas nunca se puede saber exactamente cuánto es porque cada nuevo predicador está pidiendo más.

Pero en esencia, como son promesas falsas, no porque lo sean en sí mismas sino porque están falsamente aplicadas, no las recibe el espíritu humano y por lo tanto el alma nunca termina de estar segura de ellas, y necesita confirmación vez tras vez. Además, claro, no se cumplen, o se cumplen de manera parcial, “errática”, más bien por misericordia divina; o en el peor de los casos, pueden ser falsamente cumplidas por los espíritus malignos. Vivimos en tiempos de falsas señales, por lo que los falsos predicadores de la prosperidad terminan operando junto con espíritus malignos, que hacen algunas señales llamativas, es decir, brindan “prosperidad satánica” que los hermanos simples confunden como divina.

Ahora bien, los que rechazamos ese mensaje podemos caer en otro peligro: pensar que Dios necesariamente nos quiere pobres, enfermos y tristes. Bueno, probablemente no lo digamos con esas palabras, pero puede ser que en el fondo dudemos de las promesas de bendición.

Como siempre, tenemos UNA SOLA REGLA DE FE para medir toda enseñanza y práctica, que es la Biblia. Y cuando pretendemos cimentarnos sobre una verdad sólida debemos seguir el principio doctrinal establecido por el Señor: no rechazó las palabras del Antiguo Testamento, sino que se fundamentó en ellas y las avaló completamente, Él mismo completó en parte esa enseñanza y dejó el Espíritu para que guiara a sus apóstoles en lo que faltaba. Así, hay tres “patas” que sostienen cualquier doctrina fundamental de la Biblia: el Antiguo Testamento, los Evangelios y las Epístolas. Si no podemos encontrar en los tres la coincidencia respecto de una enseñanza, tenemos que revisarla.

Y las tres referencias con las que empecé esté artículo precisamente se apoyan en esas tres secciones de la Biblia (claro, hay muchas más que esas), y en todos los casos vemos que Dios firmemente promete no desamparar a Sus hijos. Esto no niega la realidad del sufrimiento y de las pruebas, menos aún en los tiempos últimos, pero la verdad de base sigue permaneciendo: Dios no desampara a Sus hijos. Cuando deba ocurrir algo diferente a eso, sin duda el Espíritu Santo nos alertará y nos capacitará para afrontar la circunstancia; y por cierto ocurrirá para muchos hacia el fin de los tiempos, pero se trata de una situación especial.

Mientras el Señor no nos diga expresamente lo contrario, la verdad fundamental sigue vigente. No se nos prometen necesariamente grandes riquezas o lujos, a veces Dios puede darlos según Sus propósitos soberanos, pero siempre se nos promete la provisión y protección para los hijos fieles. Sobre esa verdad podemos descansar, allí tenemos algo sobre lo que no “necesitamos” orar o preguntarle al Señor, sino creer y confiar.

Las falsas promesas hechas en nombre de Dios no se cumplen, y el Santo mismo hará expresamente que no se cumplan (aunque el Adversario las cumplirá con sus recursos), pero las verdaderas promesas que Él nos dejó sin duda se cumplirán.

¡Señor, ayúdanos a creer en TU Palabra!


Danilo Sorti




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