Hechos 27:9-11 RVC
9 Pasaron muchos días, incluso el día del
Perdón, así que era muy arriesgado continuar con la navegación. Entonces Pablo
les hizo una observación.
10 Les dijo: «Amigos, si seguimos navegando,
creo que sufriremos perjuicios y pérdidas, no sólo del cargamento y de la nave
sino también de nosotros.»
11 Pero el centurión no le hizo caso, pues le
creía más al piloto y al capitán de la nave que a Pablo.
Estos versículos nos introducen en una
historia que la mayoría de los cristianos conocemos muy bien: la tormenta y el
naufragio en el mar, y la protección milagrosa del Señor en medio de todo ello.
¿Cómo empezó? Con un conflicto de “autoridades”.
Había una decisión difícil que tomar, de
hecho tendrían que haberla previsto desde antes y no haber llegado al puerto
donde estaban; pero evidentemente el apuro por ir a destino pudo más.
Y aquí tenemos al preso Pablo, el “último orejón
del tarro” en ese barco, opinando en contra del experto (el capitán y el dueño
del barco, quizás se tratara de la misma persona); no era humanamente lógico
hacerle caso: ¿qué experiencia tenía él en viajes? Cuidado, bastante, aunque
siempre como pasajero. De todas formas, no era hombre de mar. Y además era un
reo, que muy bien podía estar muerto dentro de unos meses. Su profesión era
hacer tiendas y además era un maestro religioso, de un “grupo extraño” que
había aparecido hacía poco (una de las tantas religiones nuevas de esa época).
No, decididamente, no era la primera persona a la que el centurión escucharía…
pero la historia subsiguiente demostró otra cosa.
Este pasaje nos ilustra un principio que a
veces se ha malentendido: en algún momento se enseñó que el cristiano, por
tener al Espíritu Santo dentro suyo, podía saber de todo y tenía autoridad en
cualquier campo del saber, y así muchos salieron alegremente a opinar de lo que
fuera, diciendo cualquier cosa. Bueno, eso no es así.
Pero la reacción a dicha exageración también
suele ser una exageración: buscar el consejo de los expertos a nivel secular en
un tema relegando una palabra profética o de sabiduría a un segundo plano, o no
escuchándola en absoluto. Y así tenemos expertos en marketing o comunicación o
administración de empresas diseñando estrategias dentro de la iglesia, con
mucho conocimiento secular pero sin una visión genuinamente profética (que es
mucho más que discernir lo que ocurrirá en el futuro).
En el ámbito de los negocios y el
emprendedorismo es muy común tomar los principios “seculares” (que no
necesariamente son incorrectos en sí mismos), barnizarlos con algunos pasajes
bíblicos y enseñarlos como tales.
Creo que debemos ser sabios y “equilibrados”:
toda ciencia y todo conocimiento secular finalmente proviene de Dios; pero aún
lo mejor que tengamos a nivel de conocimiento científico o práctico sigue
siendo imperfecto, y a veces erróneo (y también a veces, expresamente malintencionado,
para engañar). La “Ciencia” no es ninguna “diosa”, es simplemente una
herramienta humana, que puede ser muy útil a veces y muy desastrosa otras;
necesita (como todo lo que hacemos y somos) ser redimida por el Cordero.
Dios sigue estando por encima del mejor
conocimiento humano que tengamos y lo seguirá estando por los siglos de los
siglos. Así, aunque nuestro conocimiento sea muy preciso, incluso aunque lo
hayamos sometido a los pies de Cristo para que Él lo limpie y redima; SIEMPRE
hay algo que puede salir mal, SIEMPRE habrá algo que no conocemos, y Dios puede
tener un PROPÓSITO distinto al que estamos pensando en el momento, por lo que
SIEMPRE debemos escuchar la voz de Dios, la Autoridad definitiva en todo
asunto.
Esa voz puede venir directamente a nuestro
corazón, a través de circunstancias, a través de la palabra de otro. Y resulta
que “ese otro” no necesariamente es el superapóstol de calibre intergaláctico
(como suele decir un amado siervo del Señor), puede ser la hermana que limpia
los baños en la iglesia o el mendigo que está pidiendo limosna en la plaza, o
cualquier otra persona, creada a la misma Imagen que nosotros, que el Señor
quiera usar en Su Soberanía.
¡Señor, ayudanos a escuchar Tu voz a través
de los instrumentos que Tú elijas! ¡Señor, danos el valor para hablar Tus
palabras aunque seamos “los últimos” a los que escucharían!
Danilo Sorti
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