viernes, 18 de agosto de 2017

162. La fórmula infalible para la oración es….

Romanos 8:15 RVC
15 Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

Romanos 8:15 TLA
15 Porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite llamar a Dios: «¡Papá!»


En un siglo tan amante de las fórmulas instantáneas, la oración no es una excepción. Métodos, palabras, fórmulas simples… todas herramientas atractivas que se predican acompañadas de espectaculares resultados… al menos, según se dice…

Creo que una de las primeras cosas que debiéramos hacer es mantener una sana duda de muchas cosas que se dicen desde los púlpitos. Hagamos una distinción: la Palabra de Dios, la Biblia, es infalible y digna de ser creída; pero la palabra de los hombres de Dios no es la Biblia y no es infalible. Podrá ser muy buena, podrá ser muy clara, podrá ser muy edificante, PERO NO ES LA BIBLIA. Pero volvamos a nuestro tema.

Las distintas épocas tienen distintas modas en relación con la oración, quizás pueda ser la “declaración positiva”, o recitar el padrenuestro, o repetir alguna especie de “mantra cristiano”, o vaya a saber qué.

La mente humana está muy apegada a fórmulas simples, porque, claro, ¡son más simples! Cuando aplicamos una fórmula no necesitamos pensar demasiado, no hay que razonar; además, una fórmula nos da la impresión de que está “todo controlado”: es como si usáramos propiamente una fórmula matemática: introducimos determinados datos e inevitablemente obtendremos cierto resultado; no podría ser de otra manera.

Y entonces se vuelve muy tentador “reducir” el obrar de Dios a determinadas fórmulas sencillas, fáciles de entender con una sola predicación, y con la promesa de resultados mágicos.

En cambio, una relación es algo mucho más complicado, tanto es así que la gente de este siglo escapa lo más posible a cualquier intento de relación comprometida. Pero Dios nos ha llamado a una relación con Él, profunda, tanto que ninguna relación sobre la tierra y arriba de la tierra se le puede comparar en profundidad ni se le podrá comparar nunca. Es una relación de compromiso absoluto, y además, es una relación con Alguien que en realidad conocemos poco, aunque digamos lo contrario y aunque nos jactemos de tener muchos años en el Evangelio.

Una relación con Alguien a quien no podemos dominar, no podemos controlar ni “chantajear” de ninguna forma para que haga lo que queremos, a diferencia de lo que pasa con los otros seres humanos. Alguien que sabe absolutamente todo de nosotros, muchísimo más de lo que nosotros sabemos de nosotros mismos. Alguien que es soberano, con planes muy distintos a los humanos, y con propósitos muy trascendentes a nuestra cotidianeidad. ¡Eso se vuelve muy riesgoso!

Pero es cierto que Dios nos ha dejado Sus principios en la Biblia, y que claramente Él no va a obrar en contra de esos principios. De ahí surge la tentación de “reducir a Dios” a principios simplificados, como una ecuación matemático espiritual. El problema es que, precisamente tenemos principios en Su Palabra, ¡no fórmulas sencillas!

En esencia, la “fórmula infalible para la oración” contiene dos partes: la primera es que no hay tal fórmula sino principios que debemos conocer, y la segunda es que no necesitamos una fórmula sino una relación. Y aquí es donde entra el versículo que leímos al principio.

La intimidad con el Padre, la cercanía tan estrecha que nos lleve a decir con total confianza “¡Papito querido!” ES LA fórmula verdadera. Aún así no garantiza que obtendremos lo que queramos en el momento que lo queramos, pero sí nos garantiza las puertas completamente abiertas del Trono; como cuando un niño tiene la total libertad para sentarse en el regazo de su padre y hablar con toda franqueza.

“¡Papito querido!”, finalmente, tampoco es otra “fórmula mágica” ni una “llave maestra”; si las palabras están vacías de contenido son solo eso, palabras, una breve vibración de ondas sonoras que se pierden en el aire y de las que no queda rastro. Sirven sólo cuando las dice un corazón que realmente ha encontrado y reconocido a su Padre, no necesariamente un corazón perfecto, no necesariamente de un “gran nivel espiritual”, pero sí que se ha dado cuenta de que LA PRIORIDAD en la vida cristiana es la intimidad con el Padre.

Danilo Sorti




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