Romanos 8:15 RVC
15 Pues ustedes no han recibido un espíritu
que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción,
por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
Romanos 8:15 TLA
15 Porque el Espíritu que Dios les ha dado no
los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos
convierte en hijos de Dios y nos permite llamar a Dios: «¡Papá!»
En un siglo tan amante de las fórmulas
instantáneas, la oración no es una excepción. Métodos, palabras, fórmulas
simples… todas herramientas atractivas que se predican acompañadas de
espectaculares resultados… al menos, según se dice…
Creo que una de las primeras cosas que
debiéramos hacer es mantener una sana duda de muchas cosas que se dicen desde
los púlpitos. Hagamos una distinción: la Palabra de Dios, la Biblia, es
infalible y digna de ser creída; pero la palabra de los hombres de Dios no es
la Biblia y no es infalible. Podrá ser muy buena, podrá ser muy clara, podrá
ser muy edificante, PERO NO ES LA BIBLIA. Pero volvamos a nuestro tema.
Las distintas épocas tienen distintas modas
en relación con la oración, quizás pueda ser la “declaración positiva”, o recitar
el padrenuestro, o repetir alguna especie de “mantra cristiano”, o vaya a saber
qué.
La mente humana está muy apegada a fórmulas
simples, porque, claro, ¡son más simples! Cuando aplicamos una fórmula no
necesitamos pensar demasiado, no hay que razonar; además, una fórmula nos da la
impresión de que está “todo controlado”: es como si usáramos propiamente una
fórmula matemática: introducimos determinados datos e inevitablemente
obtendremos cierto resultado; no podría ser de otra manera.
Y entonces se vuelve muy tentador “reducir”
el obrar de Dios a determinadas fórmulas sencillas, fáciles de entender con una
sola predicación, y con la promesa de resultados mágicos.
En cambio, una relación es algo mucho más
complicado, tanto es así que la gente de este siglo escapa lo más posible a
cualquier intento de relación comprometida. Pero Dios nos ha llamado a una
relación con Él, profunda, tanto que ninguna relación sobre la tierra y arriba
de la tierra se le puede comparar en profundidad ni se le podrá comparar nunca.
Es una relación de compromiso absoluto, y además, es una relación con Alguien
que en realidad conocemos poco, aunque digamos lo contrario y aunque nos
jactemos de tener muchos años en el Evangelio.
Una relación con Alguien a quien no podemos
dominar, no podemos controlar ni “chantajear” de ninguna forma para que haga lo
que queremos, a diferencia de lo que pasa con los otros seres humanos. Alguien
que sabe absolutamente todo de nosotros, muchísimo más de lo que nosotros
sabemos de nosotros mismos. Alguien que es soberano, con planes muy distintos a
los humanos, y con propósitos muy trascendentes a nuestra cotidianeidad. ¡Eso
se vuelve muy riesgoso!
Pero es cierto que Dios nos ha dejado Sus
principios en la Biblia, y que claramente Él no va a obrar en contra de esos
principios. De ahí surge la tentación de “reducir a Dios” a principios
simplificados, como una ecuación matemático espiritual. El problema es que,
precisamente tenemos principios en Su Palabra, ¡no fórmulas sencillas!
En esencia, la “fórmula infalible para la
oración” contiene dos partes: la primera es que no hay tal fórmula sino
principios que debemos conocer, y la segunda es que no necesitamos una fórmula
sino una relación. Y aquí es donde entra el versículo que leímos al principio.
La intimidad con el Padre, la cercanía tan
estrecha que nos lleve a decir con total confianza “¡Papito querido!” ES LA
fórmula verdadera. Aún así no garantiza que obtendremos lo que queramos en el
momento que lo queramos, pero sí nos garantiza las puertas completamente
abiertas del Trono; como cuando un niño tiene la total libertad para sentarse
en el regazo de su padre y hablar con toda franqueza.
“¡Papito querido!”, finalmente, tampoco es
otra “fórmula mágica” ni una “llave maestra”; si las palabras están vacías de
contenido son solo eso, palabras, una breve vibración de ondas sonoras que se
pierden en el aire y de las que no queda rastro. Sirven sólo cuando las dice un
corazón que realmente ha encontrado y reconocido a su Padre, no necesariamente
un corazón perfecto, no necesariamente de un “gran nivel espiritual”, pero sí
que se ha dado cuenta de que LA PRIORIDAD en la vida cristiana es la intimidad
con el Padre.
Danilo Sorti
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