domingo, 13 de agosto de 2017

117. ¿¡Y por qué tenía que estar justo ahí!?

Génesis 2:9 RVC
9 De la tierra, Dios el Señor hizo crecer todo árbol deleitable a la vista y bueno para comer; también estaban en medio del huerto el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

La interpretación tradicional de este versículo siempre ha sido que Dios puso ese árbol ahí con el único propósito de probar la obediencia del hombre. Ahora bien, es claro que con ese árbol se probaría la fidelidad de la pareja humana, pero ¿era ese el principal propósito del árbol?

Es totalmente cierto que Dios nos “pone a prueba” o dicho de otra forma, permite que pasemos por pruebas y dilemas para que nuestra fidelidad sea expuesta, aunque no para Él, que ya nos conoce desde antes del tiempo, sino más bien para nosotros, para que reconociendo lo que hay dentro nuestro, busquemos ayuda y restauración en nuestro Hacedor.

Santiago 1:13-14 RVC
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.


Pero propiamente Dios no tienta a nadie con el mal, porque no hay mal en Él ni puede hacer nada malo; Dios permite circunstancias, pero no crea nada que sea malo en sí mismo. Más bien:

Santiago 1:17 RVC
17 Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación.

Entonces, ¿qué rábanos tenía que hacer ese árbol en el jardín del Edén? Dios lo puso, no podía ser malo en sí mismo. ¿Lo puso Dios para tentarnos? No ¿Para probarnos? Eso sí. ¿Sólo por eso? No lo sé, pero creo que no.

Nosotros solemos ver todas las cosas de manera antropocéntrica, es decir, ubicándonos a nosotros mismos en el “centro” de todo y buscando una explicación para el resto en función de nosotros. Y los cristianos no somos una excepción. Aunque con nuestras bocas no nos cansamos de decir que el Señor es el centro de nuestras vidas, que él está en el trono de nuestros corazones y otras tantas cosas bonitas por el estilo, en la práctica difícilmente sea así, aunque sinceramente lo anhelemos. Y la interpretación de la Palabra de Dios no es una excepción.

Entonces, cuando solo miramos al árbol del conocimiento en función de nosotros, aparece la función de “prueba”, pero que en realidad es de “tentación”, cosa que Dios no hace. ¿Qué hacía allí? ¿Estaba allí solo “por nosotros” o había otra función que justificaba su presencia?

Quizás el error de partida sea pensar el Jardín del Edén de manera inocente y simplificada. Se me ocurre una comparación que puede aportar algo de comprensión. En la naturaleza tenemos una serie de plantas comestibles (de hecho hay muchas, pero el horrible sistema alimentario surgido a partir de la postguerra ha reducido nuestra alimentación a menos de 30 plantas en todo el mundo, de las cuales solo 3 ocupan el 60 % de nuestras dietas), y también tenemos una serie de plantas venenosas (algunas de las cuales son frecuentes plantas de jardín o parques, y los padres de niños pequeños harían bien en conocerlas). ¿Qué función cumplen las plantas venenosas? Muchas dentro de los ecosistemas en los cuales existen naturalmente, en relaciones muy complejas y necesarias para el mantenimiento del equilibrio natural y la diversidad de la vida tal como el Creador lo diseñó. Pero también cumplen algunas funciones importantes para nosotros, por ejemplo, como plantas medicinales.

Creo que todos saben que hay determinadas plantas que en dosis adecuadas pueden ser muy útiles contra diversas enfermedades o malestares, pero que superando dichas dosis (o administrándoles dosis de adultos a niños pequeños, cosa que a veces ocurre) son tóxicas o incluso mortales. Y creo que todos conocen algún caso de lo que estoy hablando.

Esas plantas venenosas o tóxicas son útiles en su lugar adecuado y en su función y medida, pero son dañinas o mortales en otros usos. ¿Tienen que “estar allí”? Sí, claro. Los que no tienen que usarlas indebidamente son las personas.

En los últimos años se ha difundido el conocimiento de la horticultura orgánica, en la que usamos diversos métodos no químicos para el control de plagas. Uno de ellos es tener plantas con olores fuertes, que confundan a los insectos, o de las que se puedan sacar preparados insecticidas. De nuevo, esas plantas normalmente no son para comer, y a veces tampoco son medicinales (o no se conoce su función), pero cumplen la función de proteger a las otras.

No puedo asegurar cuál haya sido la función del árbol del conocimiento en el Jardín del Edén, pero no tengo dudas de que “tenía” que estar allí por una serie de razones, y el hombre simplemente no tenía que comer su fruta. Podemos hacer volar un poco la imaginación y suponer que en ese Huerto, que de hecho era eso, un huerto más que un jardín, había otras plantas no comestibles, que servían para construir, o para defensa, o simplemente de vista. No lo dice la Biblia y tampoco las utilizó la serpiente para tentar al hombre, pero no sería absurdo pensarlo, y suponer que ese no era el único árbol prohibido.

Pero lo que sí creo es que el árbol debía estar allí por razones que probablemente no tenían que ver directamente con el hombre, sino con el funcionamiento  de todo el “ecosistema” que había creado el Señor. Dios no pone nada sin propósito ni sin razón.

Muchas de las cosas que pueden ser fuente de tentación en realidad cumplen una función adecuada donde están y con el uso correcto, no hay inconveniente con que estén allí, el problema es cuando nosotros somos llevados a desear un uso incorrecto. Quizás el ejemplo más claro sea el dinero, pero también las relaciones sexuales, diseñadas por Dios para ser de bendición dentro del matrimonio pero utilizadas por Satanás para traer dolor y ataduras fuera de él.

En la lucha contra la tentación a veces el pensamiento se resume a “esto que está mal pero le da sentido o dejar de hacerlo y que esa cosa no tenga sentido”. Pero sin duda que tiene propósito y sentido dado por Dios en su diseño original.

¡Señor, ayudanos a vencer toda tentación!

Danilo Sorti




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