Génesis 2:9 RVC
9 De la tierra, Dios el Señor hizo crecer
todo árbol deleitable a la vista y bueno para comer; también estaban en medio
del huerto el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
La interpretación tradicional de este
versículo siempre ha sido que Dios puso ese árbol ahí con el único propósito de
probar la obediencia del hombre. Ahora bien, es claro que con ese árbol se
probaría la fidelidad de la pareja humana, pero ¿era ese el principal propósito
del árbol?
Es totalmente cierto que Dios nos “pone a
prueba” o dicho de otra forma, permite que pasemos por pruebas y dilemas para
que nuestra fidelidad sea expuesta, aunque no para Él, que ya nos conoce desde
antes del tiempo, sino más bien para nosotros, para que reconociendo lo que hay
dentro nuestro, busquemos ayuda y restauración en nuestro Hacedor.
Santiago 1:13-14 RVC
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha
sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede
tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando
se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
Pero propiamente Dios no tienta a nadie con
el mal, porque no hay mal en Él ni puede hacer nada malo; Dios permite
circunstancias, pero no crea nada que sea malo en sí mismo. Más bien:
Santiago 1:17 RVC
17 Toda buena dádiva y todo don perfecto
descienden de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra
de variación.
Entonces, ¿qué rábanos tenía que hacer ese
árbol en el jardín del Edén? Dios lo puso, no podía ser malo en sí mismo. ¿Lo
puso Dios para tentarnos? No ¿Para probarnos? Eso sí. ¿Sólo por eso? No lo sé,
pero creo que no.
Nosotros solemos ver todas las cosas de
manera antropocéntrica, es decir, ubicándonos a nosotros mismos en el “centro”
de todo y buscando una explicación para el resto en función de nosotros. Y los
cristianos no somos una excepción. Aunque con nuestras bocas no nos cansamos de
decir que el Señor es el centro de nuestras vidas, que él está en el trono de
nuestros corazones y otras tantas cosas bonitas por el estilo, en la práctica
difícilmente sea así, aunque sinceramente lo anhelemos. Y la interpretación de
la Palabra de Dios no es una excepción.
Entonces, cuando solo miramos al árbol del
conocimiento en función de nosotros, aparece la función de “prueba”, pero que
en realidad es de “tentación”, cosa que Dios no hace. ¿Qué hacía allí? ¿Estaba
allí solo “por nosotros” o había otra función que justificaba su presencia?
Quizás el error de partida sea pensar el
Jardín del Edén de manera inocente y simplificada. Se me ocurre una comparación
que puede aportar algo de comprensión. En la naturaleza tenemos una serie de
plantas comestibles (de hecho hay muchas, pero el horrible sistema alimentario
surgido a partir de la postguerra ha reducido nuestra alimentación a menos de
30 plantas en todo el mundo, de las cuales solo 3 ocupan el 60 % de nuestras
dietas), y también tenemos una serie de plantas venenosas (algunas de las
cuales son frecuentes plantas de jardín o parques, y los padres de niños
pequeños harían bien en conocerlas). ¿Qué función cumplen las plantas
venenosas? Muchas dentro de los ecosistemas en los cuales existen naturalmente,
en relaciones muy complejas y necesarias para el mantenimiento del equilibrio
natural y la diversidad de la vida tal como el Creador lo diseñó. Pero también
cumplen algunas funciones importantes para nosotros, por ejemplo, como plantas
medicinales.
Creo que todos saben que hay determinadas
plantas que en dosis adecuadas pueden ser muy útiles contra diversas
enfermedades o malestares, pero que superando dichas dosis (o administrándoles
dosis de adultos a niños pequeños, cosa que a veces ocurre) son tóxicas o
incluso mortales. Y creo que todos conocen algún caso de lo que estoy hablando.
Esas plantas venenosas o tóxicas son útiles
en su lugar adecuado y en su función y medida, pero son dañinas o mortales en
otros usos. ¿Tienen que “estar allí”? Sí, claro. Los que no tienen que usarlas
indebidamente son las personas.
En los últimos años se ha difundido el
conocimiento de la horticultura orgánica, en la que usamos diversos métodos no
químicos para el control de plagas. Uno de ellos es tener plantas con olores
fuertes, que confundan a los insectos, o de las que se puedan sacar preparados
insecticidas. De nuevo, esas plantas normalmente no son para comer, y a veces
tampoco son medicinales (o no se conoce su función), pero cumplen la función de
proteger a las otras.
No puedo asegurar cuál haya sido la función
del árbol del conocimiento en el Jardín del Edén, pero no tengo dudas de que
“tenía” que estar allí por una serie de razones, y el hombre simplemente no
tenía que comer su fruta. Podemos hacer volar un poco la imaginación y suponer
que en ese Huerto, que de hecho era eso, un huerto más que un jardín, había
otras plantas no comestibles, que servían para construir, o para defensa, o
simplemente de vista. No lo dice la Biblia y tampoco las utilizó la serpiente
para tentar al hombre, pero no sería absurdo pensarlo, y suponer que ese no era
el único árbol prohibido.
Pero lo que sí creo es que el árbol debía
estar allí por razones que probablemente no tenían que ver directamente con el
hombre, sino con el funcionamiento de
todo el “ecosistema” que había creado el Señor. Dios no pone nada sin propósito
ni sin razón.
Muchas de las cosas que pueden ser fuente de
tentación en realidad cumplen una función adecuada donde están y con el uso
correcto, no hay inconveniente con que estén allí, el problema es cuando
nosotros somos llevados a desear un uso incorrecto. Quizás el ejemplo más claro
sea el dinero, pero también las relaciones sexuales, diseñadas por Dios para
ser de bendición dentro del matrimonio pero utilizadas por Satanás para traer
dolor y ataduras fuera de él.
En la lucha contra la tentación a veces el
pensamiento se resume a “esto que está mal pero le da sentido o dejar de
hacerlo y que esa cosa no tenga sentido”. Pero sin duda que tiene propósito y
sentido dado por Dios en su diseño original.
¡Señor, ayudanos a vencer toda tentación!
Danilo Sorti
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