domingo, 3 de septiembre de 2017

186. No perder la perspectiva luego de mucho tiempo de lucha

Juan 13:10 RVC
10 Jesús le dijo: «El que está lavado, no necesita más que lavarse los pies, pues está todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos.»

Hebreos 12:12-13 RVC
12 Levanten, pues, las manos caídas y las rodillas entumecidas;
13 enderecen las sendas por donde van, para que no se desvíen los cojos, sino que sean sanados.


Hay un polvo que se nos pega del camino. Inevitablemente la tierra se adhiere con el sudor del cuerpo, la piel transpira, el desodorante tarde o temprano “nos abandona”, el cabello se despeina y se vuelve grasoso, la ropa se ensucia y alguna piedrita se mete en el calzado… Ese es el precio de un largo camino, de una jornada agotadora de trabajo en el campo, de las muchas ocupaciones del día.

Jesús tomó esa metáfora, de sobra conocida en las polvorientas calles de Israel, para llevarla al plano espiritual. El autor de Hebreos habría de escribir algo parecido tiempo después.

Podemos pensar la vida cristiana como un largo recorrido por caminos difíciles, muchas veces desérticos, escabrosos otras, interrumpidos cada tanto por algunos oasis en los que nos refrescamos y tomamos fuerzas para el resto del viaje. A veces los oasis están cercanos uno de otros, a veces están muy alejados.

Sea como sean, inevitablemente el largo caminos nos cansa, es decir, luego de batallar y orar por mucho tiempo, de resistir en santidad ante la tentación, ya queremos darnos por vencidos y necesitamos que nuestras fuerzas sean renovadas. En el largo camino también se nos pega la suciedad, es decir, pecados que toleramos o que incluso se nos pasan desapercibidos; necesitamos que el Maestro nos lave de ellos. El perfume que tenemos a la mañana al poco tiempo da lugar al mal olor, ya no emana de nosotros el aroma de Cristo, ya no hay una agradable fragancia en nuestra vida, es decir, el carácter se vuelve áspero, desagradable, quejoso; no hay palabras de bendición o esperanza; necesitamos el perfume santo nuevamente. Alguna piedrita se mete en el calzado; esto es, surgen tropiezos que se nos “adhieren” aprovechando huecos abiertos.

Finalmente, todo lo anterior hace que la visión se nuble, que se desenfoque, poco o mucho, del objetivo. Las promesas se desdibujan y el poder de vida de la resurrección parece lejano tanto en el pasado como en el futuro. Y cuando la visión se desdibuja, se pierde la esperanza en el camino, estamos en problemas.

Todo esto no necesariamente llega a ser algo grosero o terriblemente pecaminoso, pero necesita ser arreglado. Puede pasar desapercibido cuando toda la iglesia de un lugar atraviesa por el mismo difícil camino. Puede dar lugar a juicios injustos cuando veo a mi hermano luego de haber atravesado un largo desierto. De hecho, es harto frecuente escuchar los domingos a pastores bien vestidos, viviendo vidas “tranquilas” y relativamente “fáciles”, sin las preocupaciones del resto de los mortales, dictaminando lo que deben y no deben hacer hermanos a los que realmente no conocen, que enfrentan luchas y necesidades que sólo escuchó de manera muy parcial. Pero tampoco seamos injustos, ninguno de nosotros está exento de emitir los mismos juicios duros: cuando el Señor permite a algún hermano atravesar por un tiempo más o menos largo de relativa paz es tan fácil ser “consagrado” y condenar a los zaparrastrosos “poco consagrados”…

En definitiva: podemos estar en medio del polvoriento camino, que es lo más común, o podemos estar en un oasis, que cada vez será menos común. La apariencia es, obviamente, muy distinta, pero no podemos juzgar a las personas aparte de su contexto. Es importante reconocer en qué parte del proceso estamos, puede dar vergüenza aceptar que estamos desde hace mucho tiempo en el “polvoriento desierto” porque subyace en el pensamiento cristiano de que “algo debe andar mal para estar tanto tiempo en dificultades”. Pero la buena y a la vez mala noticia es que, ¡por supuesto! ¡unas cuantas cosas andan mal!... por eso el Señor necesita seguir perfeccionándonos.

El largo desierto puede hacer aflorar algunos pecados que pensábamos superados, o mantener otros avivados durante años, y eso también es vergonzoso. Es muy fácil verse tentado a aparentar una paz y una fortaleza que probablemente no se tengan, pero esto es así porque los que no están atravesando la misma situación difícilmente estén dispuestos a “juntarse” con los “beduinos del desierto”.

¿Qué más podríamos agregar? Sin duda hay mucho para decir, pero todo va a concluir en que nos necesitamos los unos a los otros, porque así el Señor lo diseñó, y eso implica una buena dosis de comprensión.

Aquellos que están atravesando el desierto deben saber que no pueden “acostumbrarse” a él, al menos no en el sentido espiritual; poco podemos hacer para que los otros nos acepten (genuinamente) o no, pero mucho para que nuestro ser salga del desierto espiritual; eso está disponible, probablemente no en el momento y de la forma en que nosotros queramos, pero Dios ha dispuesto “oasis espirituales” a lo largo del camino. Para ello, no tenemos que perder la perspectiva, no tenemos que perder la esperanza ni olvidar el poder de la nueva vida obrando en nosotros que nos fue dado al aceptar a Cristo; eso es nuestro mapa, la brújula para salir finalmente del mar de arena.


Danilo Sorti




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