Génesis 3:7-24 RVC
7 En ese instante se les abrieron los ojos a
los dos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entonces tejieron hojas de
higuera y se cubrieron con ellas.
8 El hombre y su mujer oyeron la voz de Dios
el Señor, que iba y venía por el huerto, con el viento del día; entonces
corrieron a esconderse entre los árboles del huerto, para huir de la presencia
de Dios el Señor.
9 Pero Dios el Señor llamó al hombre y le
dijo: «¿Dónde andas?»
10 Y él respondió: «Oí tu voz en el huerto, y
tuve miedo, pues estoy desnudo. Por eso me escondí.»
11 Dios le dijo: «¿Y quién te dijo que estás
desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que yo te ordené que no comieras?»
12 Y el hombre respondió: «La mujer que me
diste por compañera fue quien me dio del árbol, y yo comí.»
13 Entonces Dios el Señor le dijo a la mujer:
«¿Qué es lo que has hecho?» Y la mujer dijo: «La serpiente me engañó, y yo
comí.»
14 Dios el Señor dijo entonces a la
serpiente: «Por esto que has hecho, ¡maldita seas entre todas las bestias y
entre todos los animales del campo! ¡Te arrastrarás sobre tu vientre, y polvo
comerás todos los días de tu vida!
15 Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y
entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le
herirás en el talón.»
16 A la mujer le dijo: «Aumentaré en gran
manera los dolores cuando des a luz tus hijos. Tu deseo te llevará a tu marido,
y él te dominará.»
17 Al hombre le dijo: «Puesto que accediste a
lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras,
maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días
de tu vida.
18 Te producirá espinos y cardos, y comerás
hierbas del campo.
19 Comerás el pan con el sudor de tu frente,
hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y
al polvo volverás.»
20 El nombre que Adán le dio a su mujer fue
Eva, porque ella fue la madre de todos los vivientes.
21 Luego Dios el Señor hizo túnicas de pieles
para vestir al hombre y a su mujer.
22 Y Dios el Señor dijo: «Ahora el hombre es
como uno de nosotros, pues conoce el bien y el mal. No vaya a ser que extienda
la mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.»
23 Entonces el Señor lo sacó del huerto de
Edén, para que cultivara la tierra, de la cual fue tomado.
24 Echó fuera al hombre, y al oriente del
huerto de Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba hacia todos
lados, para resguardar el camino del árbol de la vida.
Los juicios manifestados en el Edén
constituyen la “semilla” de todos los juicios de Dios sobre la humanidad. No
fuimos creados para el sufrimiento ni para vivir bajo ellos, y a lo largo de la
historia los hombres hemos tomado diferentes posiciones frente al castigo
divino.
En el presente, un sector de la cristiandad
vive en una “nube de gas cósmico”, negando de palabra o de hecho los terribles
juicios del Señor que siempre han estado sobre la tierra y que se están
intensificando. Es muy común que los líderes espirituales que ya han construido
una gran estructura terminen “presos” de su mismo éxito y la gente que acaba
por rodearlos les dibuja un “mundo de colores”, con lo que, unido a cierto
deterioro cognitivo producido naturalmente por la vejez, terminan viviendo y
predicando un “mundo feliz”, ajenos a la realidad; y como muchos de los que los
escuchan realmente quieren vivir en ese mundo, tienen fieles seguidores. Unos y
otros saben en su interior que están proclamando una mentira, pero son felices
así.
Otros aceptan la realidad de los juicios,
pero, al igual que los fariseos de la época de Jesús, concluyen que esto se
debe a “un Dios enojado” y por lo tanto caen en una práctica religiosa
agobiante, para “dejar contento” a Dios y que disminuya el rigor de Sus
juicios.
Otros, finalmente, se compenetran tanto en la
realidad de los juicios que terminan profundamente heridos, amargados en su
interior, y viviendo una relación con “un Dios que no se preocupa por ellos” de
manera superficial, intentando solucionar ellos mismos algo de los problemas
actuales a través de su propio esfuerzo.
En el fondo cada postura tiene algo de razón,
pero no en el extremo en que se manifiestan. Lo cierto es que a nadie le gustan
los juicios de Dios y no se supone que deban gustarnos porque precisamente
están ahí para eso. No podemos entender ni aceptar la verdad de los juicios
divinos si no entendemos el amor y la misericordia que encierran; son demasiado
terribles para un simple mortal en sí mismos. Si Satanás no puede llevarnos a
vivir en un mundo de fantasía que niega la realidad, tal como toda la industria
del entretenimiento hace (y también la “industria del entretenimiento cristiano”),
entonces nos empujará hacia la profundidad del abismo de los juicios divinos,
pero desprovistos de Su misericordia, para que nos enojemos contra ese Dios
cruel o tratemos de resolver las cosas por nosotros mismos.
¿Cómo es que los juicios de Dios también
implican Su Amor y Misericordia?
Para empezar, tengamos en cuenta que el
pecado del hombre ES EL PRINCIPAL abismo de destrucción. No lo vemos así,
subestimamos en mucho nuestros propios pecados, pero delante de Dios las cosas
son muy, pero muy, distintas. Cuando Dios trajo juicio y castigo sobre el
pecado no hizo más que hacer evidente lo que ya era. Si no hubiera hecho eso,
¿quién se arrepentiría de sus pecados, quién podría “ver” espiritualmente la
profundidad de maldad que tenemos? Muy pocos si acaso alguno. Sin juicios,
difícilmente alguien hubiera sido salvo de la condenación eterna.
La “desnudez” del ser humano, manifestada en
todo es esfuerzo que hacemos para “cubrirnos” tanto físicamente como emocional
y socialmente, debería llevarnos al
punto del cansancio, ¿por qué tenemos que taparnos, quién puede verme tal como
soy y quererme así? Eso nos llevaría a buscar de nuevo al Padre. De paso
digamos que el producto tecnológico más vendido en el mundo es, precisamente,
la ropa.
Otro de los primeros “juicios”, por decirlo
así, es el temor a la presencia divina que tuvieron Adán y Eva. ¿Dónde está la
misericordia aquí? En el hecho de la contradicción interna que se nos produce
al querer escondernos de Aquél que sabemos es el origen de todo bien; ¡no es
lógico! Sabemos que n debería ser así pero lo es. ¿Por qué lo es? Esa pregunta
crucial puede llevar al hombre a reconocer su pecado y finalmente, acercarlo a
su Creador.
La enemistad entre la “raza reptil”, esa
“generación de víboras”, ambos linajes, fue la que ha ocasionado incontables
sufrimientos a través de la dominación de los poderosos sobre los humildes y
los santos. De nuevo, si en medio de su opresión los hombres podían levantar
los ojos hacia el cielo, encontraban al Dios que los amaba y que los libraría,
de la opresión, sí, pero mucho más importante que eso, de la opresión del
pecado.
Los dolores del parto, aunque parece algo
anecdótico (para los hombres, claro, ¡no para las mujeres!) y todo el
sufrimiento que eso implica es, en el fondo, una señal profética de que vendría
un tiempo futuro en el que todo cambiaría:
Romanos 8:19-23 RVC
19 Porque la creación aguarda con gran
impaciencia la manifestación de los hijos de Dios.
20 Porque la creación fue sujetada a vanidad,
no por su propia voluntad, sino porque así lo dispuso Dios, pero todavía tiene
esperanza,
21 pues también la creación misma será
liberada de la esclavitud de corrupción, para así alcanzar la libertad gloriosa
de los hijos de Dios.
22 Porque sabemos que toda la creación hasta ahora
gime a una, y sufre como si tuviera dolores de parto.
23 Y no sólo ella, sino también nosotros, que
tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos mientras
esperamos la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
Cada vez que una mujer pasa por el trabajo
del parto, está profetizando el tiempo que vendrá, el Reino del Mesías en esta
tierra y nuestra redención, ¡y el tiempo de los dolores de parto ya ha
comenzado!
No hace falta ilustrar el tema del dominio
del hombre sobre la mujer, sólo aclarar que recientes formas de “feminismo” son
más de lo mismo pero al revés. Las mujeres son las que más fácilmente se
acercan a Dios, y cuando, a lo largo de la historia, muchos hombres las han
sujetado (y las siguen sujetando) a padecimientos y opresión, en realidad las
están llevando a buscar el Esposo Divino, Aquel en quién no hay injusticia ni
abuso, el que las ama con amor perfecto y las cuida como si fuera su propio
cuerpo.
Cuando el hombre ve la tierra, la creación
que está bajo su responsabilidad, convertida en un desierto seco y estéril,
esforzándose para obtener un escaso sustento, ¿no habrá de buscar al Dios de
todas las cosas para preguntarle por qué ocurre así? Cuando su mucho trabajo
sea deshecho de “un plumazo”, ¿no levantará sus ojos al cielo? Por eso también
fue echado del Edén: la esterilidad y sequedad de su entorno le recordaría la
misma esterilidad y sequedad de su propia alma.
Y si nada de lo anterior es suficiente, la
muerte está ahí, al final del camino; perfectamente democrática, absolutamente
igual para todos, recordándoles que deben buscar lo que está más allá de esta
vida.
El orgullo, la autosuficiencia, la soberbia,
estuvo en el origen del pecado del hombre. Esa misma autosuficiencia nos
hubiera mantenido eternamente alejados de Dios, viviendo un infierno sin
ninguna posibilidad de reconciliarnos. Por eso los querubines, ardientes
custodios de su Señor, nos impidieron el camino hacia una vida eterna sin Dios.
Los juicios del tiempo presente son el
llamado divino para todos los hombres. Si los negamos, negamos la voz misma de
Dios; si los miramos superficialmente, no entenderemos Su misericordia. Si los
aceptamos, habremos recibido junto con ellos el amor restaurador del Padre.
Porque exactamente bajo esos mismos juicios se puso Él a Si MISMO en Cristo, y
todo lo que Él sentenció, Él mismo lo cargó y lo pagó. ¿Cómo nos alcanzará la
eternidad para alabar Su amor y Su grandeza? Sus juicios no solamente fueron la
única forma en que una raza en extremo rebelde y autosuficiente habría de
volverse a su Creador, sino que fueron la copa de dolor que determinó para Él
mismo, pagando hasta la última consecuencia de una transgresión de la cual no
tenía ninguna culpa. ¡Qué inconmensurable es la misericordia de nuestro Dios!
Finalmente, ignorar los juicios de Dios es
ignorar la inabarcable grandeza de nuestro Señor, es ignorar tanto Su justicia
como Su misericordia, es negar nuestra realidad, es sumergirse en el mundo de
fantasías, el camino ancho que nos lleva hacia el infierno sin escalas.
Danilo Sorti
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