domingo, 3 de septiembre de 2017

184. ¿Un pastor puede ser millonario?

1 Timoteo 6:9-11 RVC
9 Los que quieren enriquecerse caen en la trampa de la tentación, y en muchas codicias necias y nocivas, que hunden a los hombres en la destrucción y la perdición;
10 porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual algunos, por codiciarlo, se extraviaron de la fe y acabaron por experimentar muchos dolores.
11 Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre.

Eclesiastés 5:10-11 RVC
10 Quien ama el dinero, jamás tiene suficiente. Quien ama las riquezas, nunca recibe bastante. ¡Y también esto es vanidad!
11 Cuando aumentan los bienes, aumentan los comensales. ¿Y qué gana su dueño con esto, aparte de poder contemplar sus bienes?

Eclesiastés 5:13-17 RVC
13 He visto un mal terrible bajo el sol, y es que las riquezas acumuladas acaban por perjudicar a sus dueños,
14 pues se pueden perder en un mal negocio, ¡y a los hijos que tuvo no les deja nada!
15 Al final, se va tal como vino, es decir, tan desnudo como cuando salió del vientre de su madre, ¡y nada se lleva de todo su trabajo!
16 También esto es un mal terrible, que se vaya tal como vino. ¿De qué le sirvió tanto trabajar para nada?
17 Para colmo, toda su vida la pasa comiendo a oscuras, y en medio de muchos afanes, dolores y miseria.

Isaías 10:3 RVC
3 ¿Y qué van a hacer en el día del castigo? Y cuando venga de lejos la destrucción, ¿a quién recurrirán para que les ayude? ¿En dónde dejarán sus riquezas?


¿Un pastor puede tener mucho dinero? Hoy en día la mayoría de los cristianos dirían enfáticamente: “¡Sí!” Y el razonamiento es aparentemente tan simple y directo: si las riquezas en realidad son de Dios y es Él quién en última instancia tiene el control sobre ellas, ¿qué problema hay con que uno de sus ministros las reciba? La respuesta inmediata es: “¡ninguno!”.

Pero este razonamiento tan simple esconde varias complejidades que lo cambian radicalmente. En principio, la lógica expresada más arriba parece consistente, especialmente para las personas que han sido toda su vida empleados, para quienes recibir y utilizar el dinero es relativamente fácil. Cuando uno es empleado y nunca ha tenido demasiado dinero, manejarlo es “fácil”: sólo tiene que preocuparse por hacer bien su trabajo, que es más bien “técnico”, se concentra en una sola cosa, con el tiempo la aprende y probablemente termine siendo algo repetitivo hasta el cansancio; luego recibe su, normalmente, magro sueldo y ya está casi todo repartido: pagar los impuestos, préstamos, servicios, comida y si sobra algo, ahorrar para las vacaciones o comprarse un bien más importante. Y allí terminó todo. Alcanza para lo que alcanza y el resto ¡aguantarlo!

Cuando un empleado piensa en un millonario normalmente hace una “proyección” de lo que él mismo es, y esa imagen resulta sencilla y atractiva: un millonario hace su trabajo, 8 o 10 horas por día, vuelve a su casa y ¡a disfrutar del dinero! Y si es cristiano, ¡a servir a Dios!... y disfrutar del dinero también.

Pero eso no es real, ¡no tiene nada de real! Mucho menos en el mundo de hoy. Si en algún momento de la historia los millonarios y terratenientes podían vivir cómodamente sin preocuparse por casi nada, eso cambió radicalmente. Ningún millonario lo es porque le paguen un sueldo astronómico, él tiene sus negocios y debe ocuparse de ellos, y en el mundo convulsionado de hoy eso implica mucho tiempo y esfuerzo, muchísima dedicación. Bueno, en realidad, ¡siempre fue así!, lo vemos claramente en las páginas bíblicas: hay mucho esfuerzo, mucho trabajo, muchísimas tentaciones, muchísimo riesgo también. Tengamos en cuenta que para obtener grandes riquezas hay que hacer grandes negocios, los cuales SIEMPRE implicarán grandes riesgos. En medio de tantos afanes, tentaciones y esfuerzos, ¿cuánto tiempo libre y tranquilidad quedan disponibles para cuidar de las almas que Dios le haya eventualmente encomendado? ¡Muy poco!

Yo estoy convencido que ser millonario, cuando se hace conforme a los propósitos de Dios, es un ministerio en sí mismo. Aunque el Dueño del oro y la plata no necesita de dinero de ninguna persona, con todo, hay muchísimo bien que puede hacer un millonario en el Reino. Y si Dios está llamando a alguien genuinamente a los negocios, ¿por qué pretender ser pastor o apóstol? Y si Dios lo está llamando al pastorado o apostolado, ¿por qué pretender ser millonario?

Además, no tenemos que olvidarnos de algo:

 Lucas 4:5-6 RVC
5 Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto, y en un instante le mostró todos los reinos del mundo,
6 y le dijo: «Yo te daré poder sobre todos estos reinos y sobre sus riquezas, porque a mí han sido entregados, y yo puedo dárselos a quien yo quiera.

Las riquezas presentes están usurpadas por el Adversario, por lo tanto, sólo hay dos formas de obtenerlas: o bien “transamos” con el Enemigo o bien nos enfrascamos en una verdadera lucha espiritual.

Ahora bien, el segundo caso es una ocupación de “tiempo completo”, más en el mundo presente. No sólo hay demasiadas tentaciones y oportunidades para hacer “negocios turbios” desde el punto de vista humano, sino que además, los ricos y poderosos tienen su propia red de contactos y ellos no hacen negocios con cualquiera. Esa idea de que uno alcanza la riqueza por su propio esfuerzo nada más (y si la cristianizamos, le agregamos la bendición de Dios…) es “puro verso”, como decimos en mi país.

Entonces, hacer negocios de manera recta no sólo implica conocer la dinámica de los negocios actuales, lo cual ya es mucho, sino también dedicar mucho tiempo a la oración y a la guerra espiritual, y recibir milagro tras milagro, porque sino será humanamente imposible. ¿Es compatible todo este trabajo con el pastorado? Difícilmente, al menos no a tiempo completo.

En la práctica, muchos pastores y líderes religiosos que hacen “grandes negocios” no tienen ni la formación ni el tiempo como para conocer adecuadamente la dinámica santa de hacer dinero y terminan “jugando con las mismas reglas del Enemigo”, pero justifican su accionar incorrecto dando abundante dinero para “la obra” (¿la obra de quién…?) ¡Ningún diezmo u ofrenda santifica un negocio impío! Normalmente esos “grandes pastores” y apóstoles no hacen negocios ellos mismos sino que tienen un equipo de gente que los hace por ellos, y ahí sí que Satanás se mueve a sus anchas.

Hermanos, tengo testimonios de lo que escribo, y seguro que la mayoría de ustedes también.

Hay un ejemplo más. Cuando el Señor estableció la tribu de Leví como Sus sacerdotes, expresamente determinó que no recibieran tierras.

Deuteronomio 10:8-9 RVC
8 En aquel tiempo el Señor apartó la tribu de Leví para que llevara el arca del pacto y para que estuvieran a su servicio, para honrarlo y para impartir bendiciones en su nombre, hasta el día de hoy.
9 Por eso Leví no recibió ningún terreno en propiedad, como lo recibieron sus hermanos, pues el Señor tu Dios es su herencia, como él mismo lo dijo.)

Los levitas eran los líderes espirituales de Israel, su ingreso económico estaba asegurado, sus casas también. Podían de hecho tener un buen pasar material, pero no iban a recibir tierras, esto significaba que no iban a ocuparse de los negocios agrícolas e industrias asociadas, los cuales, si se manejaban bien, podían darles muchas riquezas. El ingreso provendría de su trabajo y podía ser bueno, pero difícilmente llegaría al nivel de un hacendado. Dios mismo les puso un “límite”. Y eso se escribió como ejemplo.

¿Puede un pastor ser millonario? Sí, puede, si es que hay un expreso llamado a ello. En la mayoría de los casos, NO DEBE. En la práctica, esta frase, como un latiguillo, sirve para justificar ante los ojos de la congregación muchas cosas turbias y negocios impíos, cuando no el acaparamiento de ofrendas y diezmos, engordando a costa de hermanos pobres.

Tengamos cuidado con estas “frases hechas”, que suenan muy lógicas, pero son terriblemente perversas.



Danilo Sorti




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